Me he sentido profundamente conmovido y a la vez extasiado al mirar una ceremonia de alta sutileza, nobleza y admiración en la entrega del Premio Nobel de la Paz a una mujer latina, María Corina Machado, que lucha por la paz, justicia y el honor de su pueblo venezolano que se encuentra en manos de un tirano y sus secuaces, títeres de una democracia disfrazada de terror. Han pasado décadas desde que el chavismo se encuentra en el poder en Venezuela, incluso después de la muerte del fundador se le entregaron las llaves del país a Maduro, quien se enriquece a costa de un pueblo que mira estupefacto a su país que en su momento fue más rico del continente por sus minerales y petróleo.
En este mundo de guerras fratricidas aparece como un ángel una mujer valerosa, luchadora, tenaz, quien busca parar el sufrimiento de su pueblo ocasionado por la dictadura. Nunca tuvo miedo a la venganza de sus detractores que la declararon traidora a la patria o terrorista. Su vida estaba en peligro y por eso estuvo escondida durante meses, hasta que le llegó una noticia importantísima, le concedieron el Premio Nobel de la Paz, galardón que le fue concedido por luchar por la paz de su pueblo.
El discurso que dio su hija fue un ejemplo de vehemencia con alto contenido filosófico, además hizo un resumen de lo que su madre hubiera dicho acerca de todas sus experiencias vividas.
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Fue con sutileza y elegancia como se desarrolló esta ceremonia, signo de un respeto y de alta valía. María Corina no pudo llegar a tiempo a la entrega del galardón, pero llegó a Oslo, capital de Noruega, y en balcón de un hotel abrazó a cientos de personas que estaban esperándola. Finalmente dijo: “Cuando la gente se niega a renunciar a la democracia, se niega también a renunciar a la paz”. (O)
Luis Mario Contreras Morales, Quito


















