¡No hay emoción más grande que vivir en Tumbaco! Pasear por sus calles grisáceas llenas de pavimentos envejecidos, veredas maltrechas, adoquines destrozados y semáforos mal regulados. Aquí, en esta tierra, cada vecino acostumbra sacar su potente parlante para dizque atraer a su clientela con sonoras emisiones acústicas, capaces de reventar hasta los más robustos tímpanos, con variados cachullapis, vallenatos o rock pesado, según el mandar del dueño. Vendedores de autos, motociclistas, gimnasios y muchos almacenes más nos amenazan cada día con subir aún más el volumen para que los visitemos forzosamente, aunque sea para rogarles que bajen el volumen.

Adultos mayores sin priorización

Los buses, los pitazos, las alarmas, los vendedores ambulantes, los apagones, los semáforos inservibles y el mal genio de los conductores adornan el hábitat en el que vivimos en esta parroquia rural abandonada.

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Y qué decir de las carreras de autos que empiezan en la ruta viva y terminan estrellándose quién sabe dónde. Anochecen motores poderosos para acelerarnos el ritmo cardiaco con sus estentóreos rugidos que pareciera que el mundo se acaba. Sin olvidar a las hordas de motociclistas que, en número de 50 o más, salen a las 11 de la noche a perturbar el sueño de ancianos, niños y trabajadores, con sus motores a máxima potencia y sin tubos de escape. La avenida Interoceánica se ha convertido en pista de carreras y salón de exposición de ruidos ensordecedores.

Inundaciones y sequías

La otrora pacífica parroquia de Tumbaco se está convirtiendo en tierra de nadie, donde cada uno hace lo que le da la gana, sin que nadie diga nada. ¿Y las autoridades? Bien, gracias. (O)

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Gustavo Vela Ycaza, Quito