Soy milagreño orgulloso de haber nacido en esta hermosa campiña, amamantado por los sabores de la caña y de la piña, acurrucado por el sonido monótono, suave y cadencioso de la fábrica de la compañía Valdez. Nací a orillas del río Milagro cuando su desborde era un regocijo porque aprovechábamos para nadar en medio de tortugas, garzas y patos, y si era mayor el desborde nos lanzábamos desde los árboles de cabeza a disfrutar del río; eso fue hace más de medio siglo, ahora ¡no! La ciudad creció, y las casas y construcciones fueron ocupando sus otrora amplias márgenes y el alcantarillado con todas sus cargas de microbios que se fueron depositando en el río. Ahora se ha ido muriendo; en verano es apenas un pequeño riachuelo sucio y contaminado que ahora con más frecuencia (este año tres veces) se ha desbordado.
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El pasado 4 de abril estaba en mi clínica. Me fui con botas a trabajar porque estaban inundadas sus calles, cuando me llaman de mi casa (vivo cerca del río) y me dicen: “Vente que el río se desbordó”. Llegué con las últimas, mi carro parecía una lancha, no sabía si podría entrar a mi casa, la cual pese a un pequeño muro que se construyó se inundó el primer piso y se me dañaron algunas cosas.
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Cuando estaba leyendo las noticias por internet me enteré de que se inundaron ciudadelas que antes no se inundaban. Varios sectores estaban inundados hasta el cuello; los que estaban más al fondo hubo que sacarlos en bote. Y eso no es todo: el pasado 8 de abril, que pasó la inundación un poco, el saldo para muchas familias pobres es catastrófico, se les dañó todo: el piso, los muebles, las camas, los colchones, los televisores, las refrigeradoras etc., y ahora se nos vienen las enfermedades, recuerden que el río es una cloaca donde se vierten las heces de la ciudad que vuelve en las inundaciones por las alcantarillas y contaminan a varios barrios. (O)
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Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico, Milagro