La política como cualquier responsabilidad es una profesión que necesita formación teórico-práctica, ajena a la improvisación y a la audacia.
Toda persona necesita conocimientos para ejercer una responsabilidad: agricultor, albañil, médico, jurisperito, etc.; el sentido común lo exige. En nuestra baraúnda democrática para servir a la madre patria (Estado) poco o nada se necesita; así lo disponen la Carta Magna y leyes hechas a gusto y conveniencia por la clase política y no en beneficio del bien común.
Para dirigir la cosa pública en calidad de presidente, vicepresidente de la República, asambleísta, prefecto, consejero, alcalde, edil, etc., las exigencias son mínimas y de Ripley.
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La misma ley establece que para ser presidente y vicepresidente de la República debe ser ecuatoriano por nacimiento, haber cumplido 35 años de edad; para ser asambleísta, tener nacionalidad ecuatoriana, haber cumplido 18 años de edad y estar en goce de los derechos políticos. En ninguna parte de la ley se les pide que sepan leer y escribir y peor que no sean analfabetos políticos. Así de escuetas y permisivas son nuestra política y leyes.
No podemos dirigir una orquesta si no sabemos leer una partitura; todo gobernante debe tener una formación especializada para ejercer el mandato público. Hay que estudiar y prepararse para la política, aunque la misma legislación no lo pida.
Terminemos con la política nociva al país
Un auténtico político debe ser estadista, una persona culta, practicante de valores, modesta, en fin, un buen ejemplo a seguir.
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Un postulante al poder con un perfil aceptable, algo debe conocer de politología, historia política, legislación aplicada a la función pública, economía y finanzas, administración pública y de empresas, historia, sociología, geopolítica, retórica, comunicación oral y escrita, axiología política, transparencia y más.
Si el elector supiera tanto de cultura política como de fútbol, sería otro el cantar de nuestra democracia.
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Los gobiernos, las universidades e instituciones están en la obligación de crear conciencia política al implementar talleres o escuelas para la alfabetización política. (O)
Raúl Aguirre Salamea, odontólogo, Guayaquil