Ella, María Corina Machado, ha forjado el don de un liderazgo único, diferente a otras lideresas que han generado sospechas, y ni qué decir de los varones. Ella contrasta radicalmente con su contrincante Nicolás Maduro y sus secuaces, capaces de las peores atrocidades.
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Abanderada de los derechos a la libertad y la democracia, combina bien su feminidad y virtudes maternales transmitiendo, mediante palabras bien escogidas, su amor al pueblo venezolano. Precisamente, apela al amor familiar, del reencuentro posible en cuerpo presente de la diáspora de ocho millones de venezolanos forzados al exilio por la dictadura que quebró a las familias. Tal perspectiva le permitió organizar 600.000 comanditos para garantizar el voto electoral, hazaña inédita en la historia. Se nota que siente desde el fondo de sus entrañas lo que enuncia en sus discursos y entrevistas. Elude las provocaciones hábilmente, no promueve la violencia política sino salidas negociadas al declarar: “Hay que hacer entender a Maduro que su mejor opción es aceptar una transición negociada”. No pretende encarnar ningún mesianismo narcisista; más bien, esgrime un pragmatismo muy bien calculado.
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Machado genera confianza en su liderazgo, lo cual es excepcional en los tiempos que corren. Es realista, declarando: “Nadie dijo que esto sería fácil, pero no hay vuelta atrás; esto es hasta el final”. Convoca a torear el miedo ante el terrorismo de Estado del régimen, que es su única opción. Ante el intento de desaparecer la palabra de los ciudadanos venezolanos por parte de los déspotas, ella llama a la paciencia y a la esperanza de una luz al final del trayecto, donde se pueda disfrutar de los vínculos sociales y familiares en libertad.
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Por último, aludo a la pintura de Eugène Delacroix titulada La libertad guiando al pueblo donde en primer plano una agraciada dama arenga al pueblo a seguir adelante. (O)
Juan de Althaus Guarderas, psicoanalista, Guayaquil