En un mundo obsesionado con la extracción de minerales raros, con el precio del oro fluctuando en mercados lejanos y el litio convertido en el “nuevo petróleo” del siglo XXI, pocas veces nos detenemos a pensar que la verdadera riqueza de una nación no está bajo tierra, sino en las calles: en la posibilidad de vivir sin miedo, en la certeza de que nuestros hijos llegarán a casa, en la libertad de prosperar sin violencia. Esa riqueza se llama paz.
Nuestro país ha invertido, solamente en el año 2023, alrededor de 4.300 millones de dólares en defensa y seguridad interna. Se trata de un esfuerzo sin precedentes que abarca desde la compra de vehículos blindados Cobra II provenientes de Turquía, la repotenciación de helicópteros y aviones de carga, hasta la incorporación masiva de nuevos efectivos policiales y la dotación de armamento moderno. Esta inversión, si bien responde a una coyuntura crítica de violencia y crimen organizado, también revela cuán costosa es la ausencia de paz y cuán frágil es su mantenimiento.
Reflexiones sobre la vida, la muerte y la travesía humana
Contrastemos por un momento estos montos con los precios del mercado de los metales más codiciados del planeta. Una tonelada de litio puede alcanzar los 25.000 dólares; una onza de oro ronda los 2.200 dólares; y un barril de petróleo se mantiene cerca de los 85 dólares. Todos estos recursos tienen algo en común: pueden comprarse, venderse y almacenarse; la paz, en cambio, no se puede importar ni producir en serie, se construye desde dentro, con justicia social, con oportunidades reales, con instituciones que funcionen.
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Si calculamos el gasto anual en seguridad por habitante, hablamos de alrededor de 233 dólares por ecuatoriano. Un monto que, si bien representa un gran sacrificio fiscal, sigue siendo mínimo en comparación con el costo humano, económico y moral de vivir en un país sin ley. Porque la paz no es gratis: tiene un precio, y también un valor. Pero mientras el precio se mide en presupuestos, el valor se mide en esperanza, en convivencia, en futuro.
El verdadero debate que debemos tener no es si debemos o no invertir en paz, sino cómo lograr que esa inversión se convierta en una cultura, en una garantía duradera, en una ventaja comparativa de nuestra sociedad. Porque en un planeta agobiado por conflictos, migraciones forzadas y desigualdades, tener un país en paz podría ser el recurso estratégico más escaso y más valioso de todos.
La paz no es una utopía ni un lujo; la paz es una necesidad nacional y un derecho humano. La paz es, sin duda, la materia prima más valiosa del planeta. (O)
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Gustavo Zevallos Baquerizo, analista profesional de seguros, Guayaquil