Se debate si la inteligencia artificial (IA) nos dejará sin empleo, pero hay una pregunta más urgente: ¿y si la IA nos muestra que ya vivíamos en un mundo postrabajo, disfrazado de productividad?
Tanto en el sector público como en el privado, la burocracia se ha convertido en un fin en sí mismo. Se crean informes que nadie lee, solo para cumplir el protocolo; oficinas enteras que dividen en nichos cada vez más pequeños; cubículos que hacen de filtros para aparentar excelencia; y reuniones diseñadas para cumplir la formalidad de “escuchar al grupo”.
Y así nacen cargos con títulos inflados: mitigador de riesgos, especialista en sinergias, consultor de estrategia corporativa; pero como estos puestos dependen de justificar su propia existencia, los burócratas generan más papeleo.
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Antes, una canción podía ser compuesta por una persona, o a lo mucho por tres. Hoy en día, es común encontrar listas de hasta 20 compositores en canciones sencillas. Lo que antes era el trabajo de un músico con visión se ha convertido en una mesa de negociaciones donde cada elemento de la canción debe pasar por un comité.
El cine sufre el mismo problema. Antes, un director con visión podía liderar un proyecto con un equipo reducido. Ahora, cada película de alto presupuesto pasa por múltiples filtros, comités de revisión de guion, estudios de mercado y test screenings para asegurarse de que sea “apta para todos”. En este proceso, las ideas originales se diluyen, la innovación desaparece.
La burocratización del arte ha convertido a la creatividad en un trámite administrativo. Y si la inteligencia artificial sigue el mismo camino, en lugar de reemplazar la burocracia, la reforzará. La paradoja es atroz: mientras la IA promete liberarnos de tareas mecánicas, la hemos invitado a unirse al comité. Pronto veremos a la IA componiendo música con la ayuda de 30 “supervisores de creatividad” y escribiendo guiones bajo la vigilancia de un “departamento de sensibilidad cultural”. No sería una revolución tecnológica, sino la perpetuación de un sistema donde el riesgo creativo está prohibido y la mediocridad es un estándar aceptable.
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Exijamos seguridad y justicia real
¿Queremos robots que imiten nuestros peores vicios? El verdadero peligro no es que la IA nos reemplace, sino que aprenda a replicar nuestros juegos de apariencias. La pregunta no es cuántos empleos perderemos, sino cuántos estamos dispuestos a inventar para seguir fingiendo que esto es progreso. (O)
Patricio Álvarez Alarcón, Quito