En un mundo, país, ciudad, comunidad tan convulsionado, las familias también se convulsionan y entiendo que en toda interacción social las crisis y los conflictos son inevitables, incluso hasta necesarios para aprender; esas experiencias no son buenas ni malas. Hay que entender que no son castigos ni maldiciones, son útiles para reaccionar o tomar acciones ante las adversidades y los retos que se nos plantean en la vida, son oportunidades para sacar lo mejor de nosotros.
Muchas veces tomamos actitudes inadecuadas, es decir, vivimos desde la queja, el arrepentimiento, la culpa sin darnos cuenta de que lo que nos ocurre o las situaciones en las que nos vemos involucrados, las generamos nosotros. Escribo esto con la intención de que reflexionemos cada uno, desde el lugar, desde el tiempo que estamos; que nos podamos dar cuenta de que el cambio empieza por nosotros a través del amor, perdón, decirnos a nosotros mismos lo siento, perdóname, gracias, te amo y luego decir lo mismo a los demás; y a través de ese camino de sanación que recorremos, no solo nos sanamos nosotros sino también nuestra familia y a través de ella la comunidad, la ciudad, el país y por qué no, el mundo. Nadie es perfecto, pero podemos ser mejores reconociendo esas imperfecciones. (O)
Jimmy Javier Freire Jiménez, psicólogo, máster, Guayaquil