Con mucha algarabía, cada 10 de diciembre, por disposición de la Organización de las Naciones Unidas, la humanidad conmemora el Día de los Derechos Humanos para reiterar que todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos.

Todas las personas somos titulares de un conjunto de atributos y privilegios llamados derechos humanos, como el derecho a la vida, libertad, seguridad, a la no discriminación, a la alimentación, educación, al trabajo, a la justicia y otros que le aseguren vivir con dignidad y le permitan desarrollar sus potencialidades morales, éticas, físicas, culturales y sociales.

Todos los derechos humanos son inalienables, irreversibles, interdependientes, progresivos. Son inherentes al ser humano porque emanan de su propia naturaleza y, por ello, se afirman frente al Estado porque este es una creación del hombre.

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Siendo los derechos humanos superiores al Estado, este debe respetarlos, protegerlos y garantizarlos.

Respetar es no interferir en su libre disfrute y goce. Garantizar es adecuar todas sus estructuras y todas sus acciones al servicio de su bienestar y felicidad.

Los derechos humanos solo pueden regir en un sistema democrático porque en democracia se establecen con equidad los ámbitos de competencia, facultades y responsabilidades de gobernantes y gobernados. Se delimitan las divisiones e independencia de los diferentes poderes. Se establece la alternabilidad y la supremacía de la Constitución de la República.

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El derecho a la seguridad, la vida y la transparencia tienen supremacía universal. Las acciones del espectro gubernamental deben ser guiadas por la transparencia, la ética, la moral y hacer de la sabiduría un hábito del actuar. Recordemos, estimados lectores, que los derechos humanos son de todos. (O)

Franklin Bolívar Moreno Quezada, doctor en Jurisprudencia, Guayaquil