La democracia, en su definición más simple, es un sistema político y de organización social en el que se confiere el poder de decisión en la conducción del Estado (es decir, la soberanía) al pueblo, que se expresa mediante la voluntad de la mayoría.
El error conceptual que se ha manejado por algunos grupos políticos de nuestro país, es el de circunscribir la definición, simplemente a “la voluntad de la mayoría”, dejando de lado la finalidad de la democracia: un manejo del Estado y del país justo, equilibrado y realmente representativo de la mayoría.
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Ni por el país, ni por la patria
Esto nos condujo a una constitución extensa, pero vacía con respecto la finalidad democrática, enfocándose solamente en la dilución de las posibilidades de elección, para que pequeños grupos puedan capitalizar, con una minoría de votos (tenemos alcaldes electos con alrededor del 20 % de los votos válidos, no totales), para obtener posiciones políticas de mando. Esto refleja un quemeimportismo con el bienestar del pueblo, privilegiando intereses grupales o personales.
Otro despropósito es la calificación de los candidatos, con requisitos generales laxos y abiertos, que permiten la participación de gente sin preparación, que en algunos casos llegan a la Asamblea para hacer papeles risibles, o para simplemente aprobar lo que les ordenan.
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Jóvenes electores y el rol de la educación en la democracia
El poder en el pueblo, en su mayoría, es un poder responsable con el futuro de todo un país, no es una herramienta para que un grupo de codiciosos del poder se beneficien, política o económicamente.
El diseño de la Constitución del 2008, del Código de la Democracia y la inclusión de instituciones como el CPCCS y el Consejo de la Judicatura han demostrado ser conceptos que perjudican a la verdadera democracia.
Debatir de lo que no se quiere hablar
Los conceptos plasmados en el Código Orgánico Integral Penal, se han confirmado como herramientas para liberar delincuentes, son un verdadero himno a la mediocridad.
Lo que tenemos actualmente es el productos de mentes enfermas por el poder y ansiosas de impunidad, que diseñaron herramientas que les permitan a sus partidos políticos acceder al poder.
No debemos dar nuestro respaldo a quienes crearon esas monstruosidades. (O)
José Manuel Jalil Haas, ingeniero químico, Quito