El pasado 10 de diciembre, a las 09:08, fui testigo de una de las virtudes mejor desarrolladas en Samborondón: la velocidad récord para multar. La ATV (Autoridad de Tránsito y Vigilancia de Samborondón) merece un reconocimiento, al menos en la eficiencia recaudatoria.

Me bajé del auto menos de un minuto para hacer una pregunta en Entre Ríos, zona conocida no precisamente por su orden vial, sino por la presencia permanente de agentes atentos a sorprender al ciudadano distraído, apurado o simplemente confiado.

Apagué el auto, no por civismo, sino por sentido común: en Samborondón dejarlo encendido es un riesgo. Seguridad no hay; multas, sí.

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Al regresar, la citación ya estaba colocada. Puntual. Diligente. La infracción: “colocación de obstáculos”. No bloqueé la vía, no interrumpí el tránsito, no coloqué conos ni objetos. Bastó con existir un minuto fuera del vehículo para que aquello fuera considerado un obstáculo.

El contraste es evidente.

Por un lado, una autoridad de tránsito capaz de actuar en segundos cuando se trata de sancionar. Un sistema que no regula, sino que acecha. La norma deja de ser una herramienta de convivencia y se convierte en un mecanismo automático de cobro.

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Por otro lado, los ciudadanos seguimos esperando durante años algo mucho más elemental por parte de la Alcaldía: señalización clara y oportuna en la única vía principal del cantón. Para eso no hay la misma urgencia ni la misma eficiencia que sí se despliega al momento de colocar una citación. No se trata de cuestionar personas ni de enfrentar instituciones, sino de evidenciar una práctica cotidiana que erosiona la confianza ciudadana.

En Samborondón, el verdadero obstáculo no es un vehículo detenido un minuto, es un sistema donde la eficiencia aparece únicamente cuando hay que cobrar. (O)

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Pablo Chiriboga Núñez, Samborondón