En las grandes ciudades suponemos al agua como un recurso obvio y de perenne disponibilidad. Salvo algún suceso extraordinario, tener sed se resuelve de manera muy fácil: abrir una botella de agua y beberla, lo que nos hace tener una falsa percepción sobre cómo cuidar este recurso. En el campo, la sed es diferente.
Es cierto que, en el campo, el acceso a varios recursos suele ser limitado, y aunque hay múltiples problemáticas sociales, en esta ocasión, tal y como lo dejo inferir en el título del artículo, me referiré al agua, recurso que no solo es necesario para el consumo humano cotidiano, sino que además es un insumo estructural para la principal actividad económica del campo: la agricultura.
Nos encontramos a las puertas del periodo invernal, y con ello también vuelve la incertidumbre de todos los años: ¿tendremos suficiente agua para los cultivos? Si al final resulta que no, varios pequeños agricultores y hasta grandes compañías perderán la inversión hecha en sus sembríos. Cuando esto ocurre, el drama económico es amplio: agricultores quebrados y endeudados. También es cierto que desde hace décadas los Gobiernos han desarrollado sistemas hídricos para llevar agua cruda y potable a los rincones más secos, y aunque mucho de esto funciona bien, aún hay bastante por hacer, pues todavía el campo está con sed. Pondré como ejemplo a la provincia de Santa Elena, que es la que más conozco, y donde muchos coincidimos que es un territorio con potencial para convertirse en el granero del Ecuador y del mundo, pero la amenaza latente de la escasez de agua trunca ese objetivo. Los agricultores sabemos que no es sencillo dotar de agua a los poblados remotos. Es una tarea titánica que requiere de elevadas cifras de dinero que nadie tiene. Ecuador tiene un alto potencial agrícola, las cifras de comercio exterior lo corroboran: nuestros productos gozan de una gran aceptación internacional. De la mano también están los discursos políticos que he escuchado desde que tengo memoria: “es importante apoyar al campo” o alguna de sus variantes que muchos de ustedes seguramente también recuerdan y que sabemos que volveremos a escuchar pronto. Entendemos también que no podemos exportar commodities agrícolas para siempre, y que eventualmente tendremos que dar ese gran salto a la agroindustria y exportar con valor agregado, pero ese salto no lo podremos dar si tenemos sed.
La solución tiene dos ramas: la primera es la dotación de la infraestructura para suministro y distribución, cuya inversión, si no puede ser pública, el Gobierno debe sensibilizarse y darle todas las facilidades e incentivos (tributarios, productivos, laborales, y financieros) para que se haga cargo el sector privado, o incluso mediante alianzas público-privadas; y lo otro es que los agricultores debemos inteligenciarnos en técnicas de optimización hídrica (por ejemplo el diseño Keyline) y otras prácticas que además permitan el ahorro y la reutilización del agua en la medida de lo posible. Esto último requiere del fortalecimiento asociativo y ardua capacitación, sobre todo a los pequeños agricultores, quienes tienden a ser menos tecnificados en su labor. (O)

*Nuestra invitada