Advertencia: el siguiente ejercicio de antropomorfización solo pretende explicar, al modo de un cuento infantil, la asombrosa misión espacial al asteroide 101955 Bennu.
Me contaron que hace mucho tiempo hubo una enorme explosión, la más grande de toda la historia de nuestro Universo. Esta explosión, a la que entiendo llaman Big Bang, es el origen más remoto de mi existencia y, según me cuentan, también el de ustedes y el de todo lo que existe en el Universo conocido. Pero yo no me acuerdo de ese pasado lejano. Mi primera memoria es más reciente, cuando me formé de hielo y rocas que volaban a mi alrededor, que se me fueron pegando poco a poco sin que yo hiciera nada, por efecto de lo que ustedes llaman ‘gravedad’. Era en una época maravillosamente caótica, éramos muchos asteroides, cometas, rocas y gases dando vueltas desordenadamente –¡como en un Kindergarten!– alrededor de lo que sería nuestra eterna casa: el sistema solar. Con el tiempo, las cosas se fueron calmando y, últimamente, he pasado bastante solo navegando alrededor de mi estrella.
Sin embargo, esto ha cambiado recientemente. Sin que yo lo supiera, hace cuatro años, desde el tercer planeta de mi estrella, los habitantes de la Tierra enviaron un emisario para conocerme. Para ustedes, como para mí, un año es el tiempo que se demoran en circular el Sol, aunque mi año es un poco más largo que el de ustedes. En todo caso, luego de viajar por el espacio durante casi dos de sus años, su emisario me alcanzó. Lo primero que hizo fue preguntarme: “¿Cómo te llamas?”. Nunca me habían hecho esa pregunta. No respondí. Frente a mi silencio, me dijo: “Nosotros te llamamos Bennu. Yo me llamo Osiris Rex”.
¡Qué raro eso de tener nombre!, pensé. Yo seguí como siempre mi camino alrededor de mi estrella, ignorando a este extraño visitante. No le dije, en ese momento, que no podía alejarme o cambiar de ruta. Su presencia me recordó la época de mi infancia, donde muchas cosas merodeaban a mi alrededor. Todo siguió igual por un tiempo, con su emisario Osiris dándome vueltas como lo que ustedes llaman una abeja. Pasaba de un lado para otro viéndome y tomándome fotos. Un buen día –según su calendario, el 20 de octubre de 2020– Osiris Rex bajó a conocerme. Bajó lentamente, se posó encima mío y, cuando menos lo esperaba, ¡me pinchó y arrancó un poco de mis rocas! Acto seguido, 6 segundos después de su inicial contacto, y consciente de su afrenta, regresó despavorido a su molestosa distancia habitual.
Ahora, desde una distancia segura, me dice que regresará a su casa. Se tomará dos años más en llegar al tercer planeta, con un poco de mí en sus maletas. Según él, mi piel ayudará a descifrar mejor la época de mi infancia, cuando, como les conté, con otras rocas, gases y asteroides jugábamos por todo el sistema solar.
¡Espero que por lo menos de algo sirva ese atrevido e inmerecido pinchazo! Por mi parte, como siempre lo he hecho, seguiré cayendo eternamente alrededor de nuestra estrella. Quizás sea yo el que, algún día, los visite a ustedes y les diga de cerca: “¡Hola, soy Bennu!”. (O)