El rebrote del COVID-19 en Europa y en países cercanos, el alza insidiosa que aparece entre nosotros asomando sus tentáculos, alimenta miedos justificados.

Sabemos en Guayaquil lo que es la pandemia, lo que es tener familiares enfermos que fallecen solos y a quienes se entierra como a escondidas en medio de un sentimiento de vergüenza que hace que muchos oculten las causas de ese deceso para no ser señalados y evitados por los demás.

Tenemos miedos profundos, si la epidemia retoma fuerza. Miedos a no poder hacer nada, sino esperar… Miedo a no tener recursos, a quedarse sin trabajo, sin dinero, sin préstamos, con deudas, sin comida, sin remedios. Miedo a ser considerados un estorbo según la edad que se tiene, miedo a que sacrifiquen a los más pobres y ancianos, en vista de salvar a los más útiles. Miedo a la incertidumbre, a no saber cuándo y cómo terminará esta angustia y búsqueda colectiva, miedo a la vida y a la muerte en esas condiciones.

Como seres humanos, necesitamos de los demás. Somos gregarios. Sin embargo, la experiencia de la pandemia nos enfrenta con lo más íntimo de cada uno. Nos quedamos solos. Solos ante la vida, ante la enfermedad. Solos ante la muerte. Los aprendizajes tendrán diferentes repercusiones para cada uno, pero los haremos casi todos. Y eso nos obliga a volver a la fuente de vida interior, y aprender a estar acompañados de nosotros mismos. Una nueva realidad colectiva nos derrumba y al mismo tiempo nos hace fuertes. Los otros no serán nuestra excusa, nuestra escapatoria, nuestra justificación cuando algo va mal o no funciona. Los otros serán nosotros. ¿Quiénes somos sin el otro? Yo soy tú, decía Rabindranath Tagore. Y la contraparte es exacta: tú eres yo. “Con la tempestad cayó el maquillaje de aquellos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos, siempre pretenciosos de querer aparentar. Y nos ha mostrado nuestra pertenencia como hermanos”. dice el papa Francisco.

Solo así podremos ir colocando cada cosa en su lugar. Los amores, la familia, las amistades, lo importante y lo superfluo. Después de calamidades y sufrimientos colectivos la humanidad ha creado respuestas para organizarse y vivir mejor. Luego de las dos devastadoras guerras mundiales que asolaron el planeta por nuestra propia barbarie, surgieron las Naciones Unidas, para intentar responder juntos a amenazas comunes. Queda mucho por recorrer, pero mucho se ha logrado.

Después de esta pandemia global con la seguidilla de crisis financieras, políticas, educativas, ¿qué lograremos crear en conjunto para paliar en el futuro situaciones similares?

¿La cultura y civilización occidental lograrán asimilar en el día a día la emergencia pujante de las culturas orientales, la religión islámica, la espiritualidad budista y otras?

¿Nuestra visión del mundo será más amplia o el miedo nos arrinconará en nuestro espacio como los animales que se refugian en las grutas y en los huecos cuando los sorprende la tormenta? ¿Los mayores gastos de dinero en el mundo serán las drogas y las armas como ahora o invertiremos en educación e innovación tecnológica? ¿Continuaremos enfrascados en guerras inútiles o aprenderemos a dialogar y buscar acuerdos? Nada está dicho todo está por hacerse. (O)