¿Son los valores democráticos un obstáculo en la lucha por la democratización o, al contrario, representan una ventaja?

Responder esta pregunta desde Venezuela pasa necesariamente por una interpretación de los últimos 20 años. Si leemos este duro período como la historia de un fracaso continuado de los partidos, líderes, instituciones e incluso del pueblo, la conclusión lógica es la necesidad de cambiar la orientación. Cambiar la estrategia del fracaso por una estrategia “ganadora”.

Si al contrario, nuestra interpretación de este período está anclada en el reconocimiento de la heroica resistencia de un pueblo y sus organizaciones sociales y políticas, frente al régimen más destructivo que ha conocido el país, no puede ser más que una insensatez cambiar la orientación y abandonar los valores que, como combustible imperecedero han alimentado la lucha por la democracia, a pesar de todos los tropiezos.

La primera lógica afirma que el autoritarismo es impermeable a las demandas ciudadanas y al sufrimiento del pueblo, por lo que expresar los deseos de cambio a través de formatos democráticos es sólo una pérdida de tiempo que facilita la estabilización del régimen. Dictadura no sale con votos, negociación, ni con nada que se les parezca.

Los medios democráticos, caracterizados por su indecisión, su constante vacilación y corrección de rumbo, alternancia e incluso competencia por el liderazgo, así como la división interna, admiten una doble lectura como responsables o victimas del avance autocrático.

Durante 20 años de gobierno chavista Venezuela ha visto resurgir una tras otra, nuevas generaciones de liderazgos políticos y sociales, en lo que pareciese ser una cantera inagotable que contrasta categóricamente con la inmutable y hegemónica continuidad del liderazgo chavista, alterada únicamente por la muerte.

La segunda lectura, sin embargo, enfatiza que el antagonismo gobierno-oposición se maximiza en los valores políticos, por lo que las fortalezas opositoras son las debilidades del gobierno y viceversa. Así, mientras la principal fortaleza chavista es la polarización y división de la sociedad, la principal fortaleza opositora es su orientación a la construcción de consensos inclusivos. Mientras la fortaleza del gobierno es la imposición de un relato único hegemónico, la fortaleza opositora es la diversidad de relatos e interpretaciones de la realidad que conviven (y compiten) en su interior. Mientras la fortaleza del chavismo es el uso de la represión y la violencia para imponer su modelo, la fortaleza opositora es su capacidad para convencer a través del debate libre y abierto a nuevas audiencias, articular sus demandas y construir proyectos que representen la diversidad político social del país.

Abandonar las propias fortalezas, renunciando a los propios valores para disputar el futuro de la democracia en “la zona de confort y dominio” del régimen autoritario, no es solo un insensato, sino también una forma de capitulación frente al régimen, que da paso a la victoria de los valores y principios autoritarios, con independencia del desenlace.

La esperanza de construir un futuro mejor es el combustible que alimenta la lucha contra un régimen represivo. Pero la esperanza se sostiene a su vez sobre las convicciones y valores, convirtiéndolos tanto en escudos contra el autoritarismo como en las mejores herramientas de lucha.

No, los valores democráticos no son un obstáculo. Al contrario, representan la mayor fortaleza de quienes luchan por la democracia. Esa es la principal razón por la cual los autoritarismos invierten tantos recursos en debilitar la cultura política democrática. Porque frente a ella, se siente extremadamente débiles.

Vivimos tiempos difíciles y extraordinarios, que demandan respuestas extraordinarias. En el caso venezolano, demandan respuestas extraordinariamente democráticas, ancladas en los mas profundos valores democráticos: libertad, igualdad, justicia, solidaridad. (O)