El título pugilístico de este artículo demuestra la predisposición con que abordé la lectura de Medio siglo con Borges, el último libro de Mario Vargas Llosa, en el que recoge una serie de experiencias, textos y opiniones sobre Jorge Luis Borges. Tal sesgo lo alentaban, por una parte, mi veneración por el titán argentino. Y por otra, mi opinión de que el peruano, a pesar de ser un novelista de dimensiones “nobeliarias” que, en medio de una vasta obra de narrativa de máxima calidad, levantó tres o cuatro novelas que se han de considerar maestras, es sin embargo un ensayista desigual. Digamos que como tal ha pergeñado una que otra página sublime, pero también mucho de intrascendente o meridianamente equivocado. Pero se estrelló mi prejuicio contra el muro de un volumen corto, en el que con objetividad y generosidad analiza la vida y la obra del maestro ciego, ayudado por afortunadas vivencias personales.

A Vargas Llosa se lo integra en el boom latinoamericano, fenómeno editorial que hizo brillar la narrativa del subcontinente a nivel planetario. Este relumbrón se logró aprovechando que las puertas del mundo se abrieron para los hispanoamericanos gracias a la generación anterior, de la que formaron parte escritores tan consistentes como Carpentier, Rulfo, Onetti, Asturias y, por supuesto, Borges. Era por tanto un trabajo delicado para uno de los pontífices de la nueva literatura enfrentarse con uno de los antiguos dioses. El arequipeño consigue ser suficientemente sólido para, sin caer en el ditirambo, afirmar con admiración sincera que “Borges ha sido lo más importante que le ocurrió a la literatura en lengua española moderna y uno de los artistas contemporáneos más memorables”. En la medida en que le fue posible penetrar en la intimidad del sabio recoleto y no vidente, hace a mano alzada un esbozo del ser humano que alentaba detrás del ídolo. “El lujo es una vulgaridad”, le había dicho el autor de El Aleph, que vivía frugalmente; de estirpe de próceres y estancieros, era bien educado, exquisito, pero acerbo y aprensivo. “Viejo tramposo” lo llama con afecto.

El ahora marqués de Vargas Llosa señala los linderos de su admiración al indagar sobre el poco aprecio del argentino por la novela, que el mismo Borges confiesa que a lo mejor se debe a su “desidia”, también le cuestiona su etnocentrismo y su connivencia con atroces dictaduras. Concluye el peruano su medio siglo con una vindicación algo apasionada de María Kodama, última esposa de Borges. Hay quienes dicen que la mujer se ha aprovechado de él y “explota su memoria”. ¡Valiente cosa! Más que lidiar con un anciano ciego y de carácter difícil, fue los ojos y las manos de un gran escritor. Resalta Vargas Llosa el hecho de que gracias a ella vivió “unos años esplendidos, gozando no solo con los libros, también con la cercanía de una mujer joven, bella y culta”. Así fue, tiene razón, pero, y esto no invalida su opinión, es evidente que don Mario refleja en el maestro su vivencia personal, ahora que vive un gran romance con una esplendorosa socialité, con quien dice haber encontrado “la felicidad”. (O)