La contemporaneidad ha claudicado en la búsqueda de la trascendencia y ha colocado en su lugar a la relatividad de las cosas. Los jóvenes y muchos de nosotros, frente a un tema de juzgamiento moral, respondemos casi unánimemente con palabras estereotipadas como ‘depende’. Todo el mundo tiene razón y lo bueno y lo malo no se diferencian porque el relativismo se ha impuesto. La integridad y el vicio tienen el mismo valor y no hay conductas mejores o peores… ‘depende’.

Este enfoque, culturalmente posicionado, proviene de la influencia de los aportes de la sociología, antropología o estudios culturales, que siendo formas de comprensión válidas nunca abordan el estudio de la trascendencia o deber ser moral porque su ámbito de análisis se circunscribe a la realidad de los hechos, siendo su meta describirlos objetivamente. Esta posición permite entender el funcionamiento de la sociedad, pero no reemplaza ni puede hacerlo a la fundamentación trascendental de la vida en colectividad. Sin embargo, en el entendimiento que muchos tienen de la existencia, este enfoque es el que prima, dando como resultado que el estudio de los hechos tome un lugar relevante y reemplace –posición inaceptable– a la búsqueda de los fundamentos morales, consustanciales a todo lo humano. Por eso, porque se rechaza la importancia de la trascendencia, se posiciona con facilidad, como aproximación adecuada y suficiente de lo social, a las meras descripciones de su funcionamiento.

Los principios y los valores no pertenecen al nivel del ser o de lo que es, sino que se encuentran en el ámbito del deber ser moral, en el amplio escenario de lo que la humanidad considera que deberían ser sus fundamentos y también sus ideales éticos. Los insalvables niveles que revelan incoherencias de lo fáctico con los referentes morales no los anulan, por el contrario, los posicionan una y otra vez para que desde la reflexión sobre su pertinencia se constituyan en propósitos a alcanzar. Ese es el papel que cumple la filosofía moral… proponer los objetivos a lograr desde la búsqueda de la vigencia de principios y valores que permiten también vislumbrar el derrotero a seguir.

El abandono del fundamento moral, en este caso de los principios y valores, así como la relativización de todo enfoque axiológico, conlleva desintegración y caos. Los grandes cimientos y aspiraciones de todo ordenamiento social como la seguridad, la certeza y el bien común no pertenecen al ámbito de los hechos o de las disciplinas que los describen, sino que se encuentran en el mundo de los valores. Una gran corriente del pensamiento mundial ha trabajado para que se dé este cambio, para que la posta pase de la filosofía al método científico, en esta ocasión, aplicado a lo social. Sin embargo, esta posibilidad ya concretada en la cultura contemporánea desnaturaliza la complejidad de la condición humana, posicionando como su elemento más importante al análisis de la materialidad de los hechos, que se constituye para ellos, de facto, en el nuevo referente moral que deja de lado el ejercicio profundo de la razón, que cuando busca la trascendencia, la encuentra. (O)