Las ciudades importantes exhiben orgullosas en espacios cercanos a sus límites o dentro de ellos, sitios especiales donde conservan deslumbrantes plantas con flores de diferentes formas, tamaños y colores, especies ornamentales facilitadoras de arreglos artísticos; pero un jardín botánico de una culta urbe y prolífico pasado no es solo una bella expresión de bien cuidados ramilletes de composiciones florísticas, es en realidad un símbolo de la ciudad, un archivo histórico viviente de sus vegetales, algunos en extinción, con fines de conservación, de aprendizaje científico, laboratorios de identificación y bancos genéticos de la flora nacional.

Guayaquil, ciudad tropical y ecuatorial, con una climatología especial, gran intensidad solar, pero con variaciones no bruscas de temperatura y alta humedad ambiental, es el hospedaje favorito para una flora espléndida y diversa. Esa fue la pretensión de un grupo de filántropos guayaquileños o residentes cuando crearon un enclave de ensoñadora belleza exótica en el mismo lugar donde palpita el corazón de la metrópoli, colindante con la ciudadela denominada poéticamente Las Orquídeas. Se trata de un espacio de cinco hectáreas esplendorosas, hábitat único de una porción de la rica biodiversidad de la ciudad, elemento fundamental de su señorío natural.

La pandemia se interpuso en su labor instructiva y turística, pero no doblegó a las múltiples plantas que subsistieron a pesar de la dificultad que involucraba su mantenimiento, ellas activaron el misterioso mecanismo de autodefensa y cooperación, compartiendo agua, nutrientes y luz, no las arredró el obligado abandono de visitantes, ni la ausencia renovadora de jóvenes y niños de escuelas y colegios, que antes contribuían con un modesto óbolo a cambio de extasiarse en su agreste geografía, aun así sus mentores, la Asociación Ecuatoriana de Orquideología de Guayaquil, sin apoyo, impidieron su desaparición.

Pronto reabrirá su acceso al público, oportunidad para revivir emociones en el encanto del ambiente amazónico allí creado, se podrá constatar el coqueteo volar de ariscas mariposas y conocer su extraño proceso de multiplicación en su original y didáctico criadero, además de una colección de ejemplares disecados con sus alas extendidas que dibujan esotéricas figuras. Pero la joya del lugar es la orquídea de Guayaquil, única en su especie entre 4000 que existen en Ecuador, que ostenta el honroso título de “país de las orquídeas”, pero integra las 1800 especies en peligro de extinción; inspiración del monumento que emerge triunfante mostrando sus atributos, en el triángulo de las avenidas Francisco de Orellana e Isidro Ayora de la ciudad.

La nunca olvidada princesa Grace de Mónaco contempló una versión del jardín, tomó la decisión de visitarlo, pero su muerte trágica e inesperada privó a Guayaquil de su presencia. Ahora, la fundación promotora del exclusivo vergel espera la ayuda de la Municipalidad comprometida desde el año 2015, confía en que su dinámica alcaldesa la concrete, de lo contrario, están contados los meses de existencia de este paraíso escondido de la Perla del Pacífico. (O)