Desde hace décadas, la psicología nos ha advertido que la mente humana está lejos de ser perfectamente racional, sino que, al contrario, un gran número de sesgos influencian las decisiones que tomamos todos los días. Entre estas inclinaciones irracionales, una de las más frecuentes es sistemáticamente rehusarse a interiorizar que algo malo pueda pasarnos a nosotros. Este sesgo, al cual se le denomina “sesgo del optimismo”, describe la tendencia psicológica a sistemáticamente subestimar las probabilidades de sufrir un percance en carne propia. Esto puede verse claramente en los casos de los conductores ebrios, los cuales, a pesar de estar perfectamente enterados de los riesgos, invariablemente encuentran formas de racionalizar su decisión al momento de tomar el volante. Siempre es “alguien más” quien sufrirá un accidente, nunca “yo”.
Este tipo de sesgos psicológicos, los cuales nos inclinan a pensar que las cosas siempre saldrán bien, han jugado un rol catastrófico durante esta pandemia.
Durante las últimas semanas ha habido un preocupante aumento de actividades sociales masivas tanto en Guayaquil como en Samborondón, a tal punto que ambos municipios están explorando alternativas para prohibir todo tipo de eventos en domicilios particulares. Peor aún, la actitud de quienes participan en estas actividades evidencia que, al igual que los conductores ebrios, están conscientes del peligro, pero han encontrado formas de racionalizar su comportamiento. “Debería quedar a conciencia de cada uno si se participa o no” se escucha, ignorando que el problema no es que tú mismo te contagies, sino que al hacerlo probablemente contagiarás a otros. “Este evento va a ser la excepción, es el único que haremos” frecuentemente dicen, aunque todos sabemos que basta uno solo para arruinar la vida a alguien. “Este acontecimiento es simplemente demasiado importante para no celebrarlo” se repite, con el efecto agregado de que todos creen que los acontecimientos que ocurren en sus propias vidas son causa de celebración.
Las similitudes entre conducir ebrio y participar en eventos masivos durante una pandemia no terminan ahí. Por un lado, cada vez que un conductor etílico llega a salvo a su casa, este inconscientemente se convence un poco más de que podrá volver a hacerlo la próxima vez. Así, cada vez que un evento social concluye sin que haya contagiados, se va creando poco a poco una falsa sensación de seguridad colectiva, la cual a su vez incita a que se organicen más eventos. Del mismo modo, aquí también juega un factor de presión social, pues si un comportamiento irresponsable se hace en grupo, es psicológicamente más difícil para uno de sus miembros ir en contra de la mayoría. Así, sea porque uno ha logrado convencerse de que las cosas saldrán bien, o porque se sienta arrastrado por lo que hacen los demás, el resultado es el mismo: participar en una actividad que podría tener trágicas consecuencias.
Es necesario interiorizar que los contagios y las muertes no son algo que les pueden pasar “a los otros”, sino que son algo que fácilmente pueden pasarte a ti y a tu familia. Ya es hora de tomar conciencia. (O)