La gran mayoría de los periodistas honestos del país viene denunciando y demostrando que el Estado centralista es el mejor caldo de cultivo para la proliferación de la corrupción y con mayor incidencia cuando por cuestiones políticas o intereses económicos pone al frente personas de discutida honorabilidad.
Y esta ha sido la tónica que nos ha tocado vivir desde que logramos la independencia, con algunos periodos de excepción.
Cuando en Ecuador solo había los partidos políticos de conservadores, liberales y socialistas, las cosas no estaban tan mal. Fue con la llegada del populismo que vino a sentirse el mayor peso del centralismo del Estado, aumento de la burocracia en la capital y la corrupción de las instituciones públicas, por la tramitología, ya que nada se podía hacer en el resto del país sin el visto bueno de la burocracia quiteña.
Para ventaja, hasta los años 1950 o 1960 se mantenía la independencia de las funciones del Legislativo y Judicial, que servían de freno y a las que se podía acudir en demanda de cambio y de justicia. Desgraciadamente con el populismo, la era petrolera, luego de las dictaduras militares, el Estado centralista con más ingresos en sus arcas aumentó la burocracia centralista y estadista, creando nuevas reglas para el reparto de la torta con los líderes de los partidos políticos y populistas. Salieron nuevos ricos luego de manejar los ministerios del petróleo, obras públicas, economía, etc. Las personas mayores no podemos olvidarnos de aquella época. También se daba ya a cambio de votos en el Congreso el reparto de cuotas de poder; igual cosa en el organismo encargado de fiscalizar a los contribuyentes del país. Cada partido político obtenía del Gobierno un número de fiscalizadores del impuesto a la renta, en compensación a los votos que el Gobierno requería.
No es de extrañarse que en la actualidad se haya utilizado dicha práctica. El centralismo gubernamental llegó a su máxima potencia y expansión con Rafael Correa Delgado, el presidente más corrupto, sinvergüenza, caradura; sembró y cosechó como nadie la corrupción en todas las instituciones del Estado, así como en los poderes Legislativo y Judicial, sin empacho declaró meter la mano en la justicia.
Todo lo que hemos vivido debe servir para que se erradique el centralismo que ha favorecido a la corrupción. Lo ocurrido no hubiera sucedido si las clases políticas, empresariales, gremiales, educativas... se hubiesen puesto a luchar contra esta lacra. Nosotros somos coautores de la desgracia en que nos encontramos. (O)
Jorge Luis Rojas Silva, doctor en Jurisprudencia, Guayaquil