Criterios e ideas que se posicionan y consolidan socialmente sin análisis de sus fundamentos y consecuencias. La humanidad, aquí y allá, deslumbrada por lo que adquiere vigencia mediática, que nunca es neutral y responde a los intereses de quienes sí saben lo que quieren proponiendo enfoques-verdades que se convierten en dogmas que suman adeptos que se transforman en huestes, agresivas e irreflexivas, que los defienden hasta las últimas consecuencias. Para el cumplimiento de ese objetivo toda acción es legítima, como estar pendientes de los que piensan de manera diferente para llamarles la atención, hacerles ver su error –claro, porque esas ideas no coinciden con las suyas– y, si no rectifican, eliminarlos por la salud y vigencia del pensamiento único, expresión máxima de su dogmatismo obnubilado que arrasa con sus oponentes sin que importen los daños que se provocan en las vidas de esos individuos y de sus familias. Todos los totalitarismos han procedido de la misma forma. Siempre ha sido así.

Los individuos son el objetivo a captar por quienes forman parte de la corriente imperante que busca cada vez más adherentes que combatan a los que no piensan como ellos. Se fundamentan en valores como la libertad y la tolerancia, siempre y cuando no se ponga en entredicho su luminoso paradigma que los enceguece. El respeto a la disidencia es una falacia porque no se lo vive casa adentro y menos en su relación con los otros, en una suerte de incestuoso ejercicio interno de autorreconocimiento y validación. Son los grupos que se arrellanan en sus propias verdades y se preparan para el combate que busca imponer y destruir a quienes se oponen. ¡Brillante y noble tarea!

Los diversos actores sociales cumplen roles específicos. La comprensión crítica de las posiciones sobre las formas de convivencia es la tarea de universidades y centros de investigación. Pero eso no siempre se cumple. En esos espacios es común citar frases como ‘el hombre es el lobo del hombre’ y a su autor Hobbes, ¿pero cuántos lo han leído y pueden analizar ese pensamiento de manera crítica? También ahí se repiten con jolgorio eslóganes como ‘aprender a desaprender’, ‘prohibido prohibir’, ‘deconstrucción’ sin que se analicen críticamente esas afirmaciones. Los universitarios son los que deberían hacerlo ampliamente para que los resultados de esos procesos contribuyan a la comprensión colectiva de esos conceptos. Pero eso no pasa. La sociedad, con esa carencia, rudimentariamente, asume o rechaza eslóganes y clichés, manipulada por una ruidosa acción comunicativa que sí sabe lo que quiere. Siempre ha sido así.

En la contemporaneidad, definida por la publicidad y la información tecnológica masiva y ligera, los criterios que se transmiten se vuelven categóricos, porque no hay tiempo para la reflexión y menos para la crítica. Se decreta que unos están en el error y que otros son los que saben, buscando-olfateando a los no alineados para eliminarlos. Muchos se suman a ese proceso repitiendo, a modo de sórdidas cajas de resonancia, criterios que han logrado posicionarse nacional e internacionalmente, sin que por eso sean definitivos y aún menos incontestables. (O)