Hay un buque varado, haciendo aguas por babor y estribor, con las máquinas paradas y exceso de lastre, escorando peligrosamente en medio de una tormenta planetaria. Su tripulación, muy cansada, con su moral apocada por sistémicos problemas sin resolver.
Se busca un capitán con la suficiente entereza y valor para tomar el timón de ese buque; se precisa que cuente con el arrojo necesario para insuflar esperanza y compromiso a la tripulación, asumiendo responsablemente sus obligaciones, como diría el almirante Nelson en la batalla de Trafalgar: “Cada uno cumpla con su deber”; se requiere un capitán que sepa leer la brújula y manejar el sextante para mantener esa embarcación a flote, navegar en procelosas aguas y conducirla por fin a puerto abrigado.
Precisamos un líder dispuesto a abandonar su esfera de confort enfrentando así todos los sacrificios que conlleva ejercer el poder en estos momentos, exponiéndose, al igual que a su familia, a las presiones y al aislamiento, compañeros propios de la ruda controversia política, sobre todo cuando la situación del país augura reducidas posibilidades de recibir aplausos inmediatos, pero sin dudas, obtendrá el recuerdo indeleble en la memoria agradecida del pueblo por su abnegada entrega y lúcidas realizaciones ejecutadas en el ejercicio de sus funciones.
El barco que describo es mi país, se llama Ecuador y todos los aquí nacidos somos parte de su tripulación, quienes sentimos cómo la urgencia del mañana se presenta en la compleja y oscura coyuntura del ahora: la emergente exigencia del cambio.
Necesitamos, entonces, un presidente con suficiente experiencia y capacidad probada, para proponer y realizar un pacto realista, sensato, permitiéndonos superar la dura situación que nos mantiene inmovilizados entre la pobreza, la corrupción y la desesperanza.
Necesitamos un líder con pensamiento claro para designar con acierto a las mejores inteligencias y recursos humanos de la nación sin importar banderías políticas, regionalismos o amiguismos; un presidente a quien la vanidad del poder no lo entontezca ni lo envilezca sino, por el contrario, lo impulse a conducir las riendas del Estado con la sencillez de la verdadera fuerza; un conductor quien comprenda la diversidad de esta unidad cultural diferenciada, detenga la caída libre de nuestra economía hacia la pobreza y la desocupación; y acelere los postergados procesos de descentralización y desconcentración administrativa y financiera, ampliando las fronteras del trabajo y la prosperidad anheladas por toda la República.
Vamos prontamente a elecciones, y enfrentaremos la coyuntura de expresar la posibilidad de nombrar en las urnas a un Gran Capitán, o un síndico de quiebras, o a algún vivaracho tarimero que vaya a aprender a gobernar, en tanto el precio de sus incurias e inexperiencias lo seguiremos pagando generación tras generación de connacionales.
Esta vez nuestra responsabilidad no termina con la consignación de nuestro voto en las urnas, sino consiguiendo la suma de muchas voluntades para acometer con urgencia la gran minga nacional. (O)