Estimado Lenín: Espero que la presente te encuentre con salud, el bien más preciado en estos tiempos de COVID-19. Estás empezando tu cuarto y último año de mandato y aquí va mi carta, al igual que en años anteriores, te escribo para que no me digas: Pero era de que me hagas caer en cuenta.

Jodidos tiempos, Lenín, así nomás es la vida, teniendo esa mujer tan guapa y te tocó bailar con la más fea. (Y conste que no estoy haciendo referencia al video de la vergonzosa fiestita en la Embajada de Ecuador en Reino Unido, no serás mal pensado). Sinceramente, la cosa está muy fea y se va poniendo cada día peor.

Muchos pensamos que la revuelta de octubre era lo peor de los últimos tiempos. Esa marcha absurda de gente tozuda, incapaz de ver más allá de sus narices, nos dejó el país al filo de la quebrada; sin embargo, esta cuarentena obligada de casi tres meses vino a darnos el empujoncito que nos hacía falta para rodar cuesta abajo. Pero somos tozudos, Lenín, aquí estamos resistiendo, volviendo a empezar y cantando con Alejandro Lerner: Volver a empezar / Que aún no termina el juego / Volver a empezar / Que no se apague el fuego / Queda mucho por andar / Y que mañana será un día nuevo bajo el sol / Volver a empezar.

Quiero tener fe, quiero tener el optimismo de los ingenuos y pensar que el mundo nos ha dado la oportunidad de reiniciarnos, de reinventarnos, de ser mejores. Quiero ver las cosas buenas que ha dejado la pandemia: la solidaridad entre vecinos y hermanos; el aire puro, el silencio, las calles limpias, la lluvia clara, la fotos de los nietos y sobrinos nietos, la gimnasia por video, el trabajo y las lecturas compartidas también por videoconferencia, el pan hecho en casa y el humor (para los que entienden, claro está). Pero eso no es todo, las imágenes de dolor se cruzan frente a mi optimismo haciéndolo trizas. La pobreza y la riqueza me indignan por igual; y, la cara de ¿alguien sabe qué diablo hago yo aquí? de tu ministro de Economía, me lleva al borde del desconcierto. No concibo ver la actitud de los representantes de las Cámaras quejándose por un impuesto, preguntándose cómo van a vivir con menos de $7000. Si esos son los grupos de poder, los que podrían llevarnos hacia nuevos vientos, ¿qué esperanza pueden tener los ciudadanos de a pie que no tienen esa suma ni al año?

Pasando de coles a nabos, ¿qué esperas, Lenín, para quitar de un plumazo el sistema de compras públicas? Eso se corrompió hace aaaños. Tú ya lo recibiste podrido. La historia tramposa de “las tres proformas” ha sido siempre una farsa. Tan farsa como el bendito portal que “se cae” convenientemente. Desde hace muchos años, cuando me invitan a participar en una compra pública, yo les respondo: No, gracias, estoy harta de que me vean la cara. Es increíble pero en estos momentos de tristeza absoluta, de ver y sentir el dolor esparcido por las calles, los corruptos no han parado. Y ha sido justamente el Servicio de Compras Públicas el que ha jugado el papel más bajo y ruin.

Quiero pensar que no termina el juego y que mañana será un día nuevo bajo el sol, pero danos esperanzas, Lenín, ¡agarra el timón con fuerzas y endereza el rumbo! Total, qué puedes perder… ¿bailar con la horrible? (O)