Cuando comencé a estudiar la carrera de derecho en 1988, la Constitución vigente era la aprobada mediante referéndum en 1978. Su artículo 1 rezaba: “El Ecuador es un Estado soberano, independiente, democrático y unitario. Su gobierno es republicano, presidencial, electivo, representativo, responsable y alternativo…”.
Aunque el citado artículo ha sido objeto de varias modificaciones en 1998 y 2008, en las tres últimas constituciones se reconoce que el Estado ecuatoriano es soberano, independiente, democrático y unitario. Se puede concluir entonces que en estos casi 42 años, con los vaivenes políticos que hemos vivido, al menos en lo declarativo, esos cuatro principios han permanecido en la Constitución.
Sobre el carácter democrático del Estado ecuatoriano no voy a profundizar en esta ocasión; mal o bien vivimos en democracia, salvo durante la tormenta verde de la última década en que todos los poderes se concentraron en una sola mano, que los usó a su antojo y conveniencia, para desgracia del Ecuador.
La independencia tampoco amerita mayores comentarios, pese a las eternas críticas de la extrema izquierda, la afinidad con el “imperio” o la actual dependencia al gigante asiático. El motivo de mi artículo de hoy es dejar constancia de que el colapso económico que vivimos hoy es producto de varios factores: corrupción, falta de identidad nacional, mezquindad de la mayoría de la clase política, pero fundamentalmente producto de un modelo centralista, acaparador, despilfarrador, cínico y sin controles, que durante décadas ha tomado como propio el dinero de millones de ecuatorianos que lo sentimos cada vez más lejano.
Entonces, entra en juego el carácter unitario del Estado ecuatoriano, que por Constitución reconoce un gobierno central, con políticas centrales que “reparte” dinero y competencias menores; que recauda y luego reparte (hoy nos consta) “tarde, mal o nunca”. Que ha barrido con los fondos del IESS que debieran servir para atención médica de calidad y una jubilación digna. Que les adeuda cerca de mil millones de dólares a los GAD. Que tiene al filo de la quiebra a Solca y la Junta de Beneficencia, que son corresponsables al haber permitido que la deuda estatal crezca a los niveles actuales.
Queda claro que el modelo unitario ha fracasado en el Ecuador. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos dando vuelta en círculos, queriendo reparar un modelo que por cerca de 200 años no ha funcionado y que nos ha llevado a estar rozando la quiebra del Estado y un estallido social sin precedentes?
¿O de manera responsable abrimos la puerta a un modelo federal que descongestione el poder del gobierno central y ponga más cerca del alcance de los ciudadanos los recursos, las competencias y con ello, la atención de sus necesidades básicas que el actual modelo no ha podido atender?
Para responder esta pregunta, entra en juego esa cuarta característica del Estado que ha permanecido en la Constitución por décadas: soberano. Y como la soberanía radica en el pueblo, ha llegado el momento de preguntarle si quiere seguir con el modelo unitario fracasado o si quiere un modelo federal que les acerque el poder y las responsabilidades a los ciudadanos. Hagámoslo antes de que sea tarde. (O)