Hoy, Jueves Santo, comienza el llamado Triduo Pascual, es decir, los tres días antes del Domingo de Resurrección, la celebración más importante de la Iglesia católica.

Sin duda, esta Semana Santa es muy diferente, para la mayoría de los fieles, que las acostumbradas cuando había libertad y tranquilidad para salir de las casas y participar de las celebraciones litúrgicas en los templos.

Pero no dudo tampoco que aquellas televisadas, online, por YouTube, Facebook o Instagram que las personas seguirán desde sus casas, tendrán quizás más asistencia, mucha devoción y sinceridad.

Esta pandemia ha despertado la maravillosa solidaridad para con los que necesitan alimentos o implementos médicos o medicinas. Hay quienes se ponen al servicio de los necesitados para ayudar y colaborar con esfuerzos increíbles.

También cuando hay dolor y sufrimiento solemos acordarnos más de nuestro Padre Dios. Así como los niños que recurren a papá o mamá si tienen algún malestar o se sienten enfermos y su sola cercanía los tranquiliza.

La impotencia ante lo incontrolable despierta la fe de quienes la tenían adormecida y entonces orar y pedir los tranquiliza y renueva su esperanza. De allí que llueven por los chats las plegarias por salud y para que termine esta pandemia.

La muerte de tantas personas, familiares, amigos cercanos o conocidos, remueve las fibras más sensibles de los sentimientos y parece como si la humanidad, indiferente a lo espiritual, perdiera algo de su “omnipotencia” que le llevaba a prescindir de Dios y vuelve a buscarlo para sentir su protección paternal.

Jamás somos los mismos después de un gran sufrimiento y la experiencia cercana de la muerte… El dolor nos hace crecer, madurar… Solo las piedras no se transforman… siguen igual.

Y así como la naturaleza se está purificando con menos esmog y contaminación, es probable que nos estemos purificando con la cuarentena, este encierro obligado e inesperado que a muchos les cuesta respetar.

La última cena de Jesús con sus apóstoles es una celebración pascual de su tiempo, pero también es una comida de despedida, la última con el Maestro.

Allí ocurre algo extraordinario: Jesús no acepta irse del todo y decide quedarse con nosotros para siempre en el pan y el vino y ser él mismo nuestro alimento espiritual.

Ojalá pudiéramos ser unos para otros, en nuestras familias y comunidades, del modo que se nos permite ahora relacionarnos, como pan que se da… pan compartido y vino que reconforta.

Pan que alimente a otros con palabras de aliento, de consuelo, de ánimo, de esperanza, de fe y cariño.

Pan para entregar alegría, contagiar fortaleza y también para buscar soluciones, ayudar solidariamente con las peticiones que se hacen en los chats para conseguir medicinas, respiradores o para invocar la ayuda divina.

Pan que abrace en la distancia con palabras cariñosas… porque también es importante escucharnos ahora que estamos alejados.

Seamos pan de solidaridad en la alegría de una curación y en la pena de una separación definitiva.

Seamos pan de paz y serenidad ante la angustia e incertidumbres. (O)