Henos aquí, terminando el primer trimestre del 2020, el del bicentenario de nuestra guayaquileña independencia política de España, año imaginado lleno de alegría y celebraciones cívicas, convertido en tiempo en el que parece que nos vencen las zozobras, dudas, esperas, angustias, dolores y penas.
Al miedo lo conozco desde antaño, desde la infancia, pero aprendí a identificarlo, enfrentarlo y vencerlo.
Considero que es algo que uno no puede evitar que se presente; pero que, conocido, es posible sobrellevarlo y hasta vencerlo. Si no logramos hacerlo, el miedo puede tomar el control de nosotros o, mejor dicho, descontrolarnos, y entonces no podemos defendernos adecuadamente o atacar como deberíamos, hasta recuperar el dominio de la situación.
Como estoy recordando ocasiones bien concretas de mi historia personal, me atrevo a suponer que usted también habrá tenido miedo y conocerá, por propia experiencia, cómo hay que proceder para no dejarse vencer por tan ingrato visitante.
Salir airoso de una contienda contra el miedo no solamente que nos es gratificante, sino que nos fortalece para nuevas pruebas si se llegaren a presentar.
Podemos llegar a ser duchos en la materia y, explicando las experiencias vividas, convertirnos en orientadores prudentes de otras personas, ya para que eviten situaciones de riesgo que puedan llevarles al miedo o para brindarles ejemplos de reacciones virtuosas que podrían evitar, mitigar o vencerlo.
Una de las reacciones más negativas que produce el descontrol de esta emoción o su intensificación es la paralización y no solamente la física, sino la más grave: la mental.
Si nos quedamos turulatos, sin saber qué hacer o decir, podemos perder instantes clave que podrían servir para contrarrestar la presión o el daño que empezamos a experimentar.
El camino para vencer el miedo debe ser el correcto, así que una incorrección para evitar una merecida sanción que nos intimida no hace sino acumular mal sobre mal y, al final, será peor la consecuencia que se quiso evitar.
Supongo y ya me parece escuchar objeciones a este último aserto y entonces me siento obligado a expresar que siempre debemos aprender a decir y hacer o callar y no hacer, según el código de conducta de los ambientes religiosos y sociales en los que estamos integrados y nos desempeñamos día a día.
El miedo puede ser paralizante y, de hecho, lo es; pero no es lo ideal.
Ideal es que seamos dueños de nosotros mismos, que con nuestras virtudes y defectos podamos vivir y ayudar a vivir a otras personas, de tal manera que todos seamos capaces de reaccionar y proceder como mejor corresponda a cada circunstancia.
El miedo es una alerta que nos pone en tensión ante el cual debemos reaccionar de la mejor manera posible, para ello hay que identificarlo, analizarlo y juzgarlo, no solamente si es o no procedente, sino también cómo controlarlo y vencerlo.
Un enemigo interno como ese nos puede hacer mucho daño y debemos aprender a ganarle la partida con valor y buenas decisiones.
¿Sí o no? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)