Parásitos, la película del director surcoreano Bong Joon Ho, que acaba de ganar el premio Óscar, lanza una mirada patética y cruda de las dramáticas convivencias e interacciones entre clases sociales en las sociedades capitalistas del siglo XXI. La película retrata las inmensas desigualdades de clase, con sus formas de resentimiento, desprecio, pequeños atisbos de solidaridad por conveniencia, cuyo desenlace termina siendo una inesperada, cruel y brutal violencia. Describe, finalmente, la imposible relación de clases en medio de la opulencia absoluta y la miseria, la estupidez e irracionalidad de la abundancia, y la lucha diaria por apenas sobrevivir, con sus marcadores sociales y culturales de distinción y diferenciación jerárquica y de poder. De modo metafórico, la película proyecta esa distancia insalvable entre mundos sociales a través del extraño olor que despiden los pobres y lo perciben los ricos, a suciedad, sudor, multitud, un olor inconfundible que invade todos los espacios refinados para recordarles su imposible aislamiento.