La sentencia: ¡Estás perdiendo el tiempo!, terrible conclusión que solemos escuchar, hasta con cierto enojo, sin importar la edad que tenemos, porque afecta nuestra libertad y pone en tela de duda nuestra capacidad para decidir qué es lo más importante para nosotros en un momento determinado, me parece que merece mucha más atención que la que generalmente le damos.

Razones habremos de tener al escoger realizar una actividad y no aquella que le parece presumiblemente correcta a quien nos hace semejante reprensión, a veces en privado pero también en público, con matices de dureza en la voz, sin considerar nuestro estado de ánimo y, sobre todo, desconociendo nuestra propia y exclusiva escala de valores e intereses, que la persona que nos interpela desconoce, no tiene ni idea y, tal vez, por eso mismo, se exalta y nos increpa.

Sin embargo, si se exalta y nos increpa por algo será. Probablemente nos quiera mucho y en su imaginario particular se ha forjado un ideal de nosotros, francamente inaccesible o que no es de nuestro interés.

Padres de familia y maestros, en sus amables fantasías, proyectan metas muy altas para hijos y alumnos, a quienes consideran dotados de especiales capacidades y en los cuales depositan sus propias esperanzas de grandes triunfos y glorias, intelectuales, laborales o deportivas, por ejemplo.

A veces este tipo de personas soñadoras ven frustradas sus esperanzas cuando sus pupilos deciden, por su cuenta, no introducirse en los andariveles de aprendizaje para ellos predeterminados, simplemente porque no conducen a las metas que ellos, por su propia cuenta, se han trazado.

Entonces puede producirse la confrontación entre las metas que los mentores, padres de familia y maestros proponen y las que, libremente, han sido escogidas por los jóvenes.

¡Cuántos conflictos pueden surgir!

Uno de los peores, porque puede constituirse en cotidiano, es la organización del tiempo y, por eso, no sería raro escuchar en ese ambiente afirmaciones como, por ejemplo… ¡Ajá! Ya veo que te pasas horas sin hacer nada de provecho… así que para vagar es que no quisiste estudiar lo que te sugirieron tus profesores…

Sin embargo, esa apreciación, originada en la frustración puede no ser correcta, porque bien podría ser que el tiempo, debidamente utilizado, pudiera alcanzar para estudiar, ejercitarse y también para descansar.

Los horarios que rigen la vida familiar, como los que operan en las instituciones educativas suelen ser buenos ejemplos de organización que bien pueden llevar a descubrir que “hay tiempo para todo”, como suele afirmarse.

Lo principal es el cumplimiento del deber, lo cual incluye hacerlo en el tiempo que se hubiere previsto.

De poco puede llegar a valer cumplir una tarea, si el atraso vuelve inservible el esfuerzo realizado.

Organizar el tiempo, esto es, marcar los momentos que se tienen para cumplir las obligaciones y no atrasarse es clave, hacerlo cumplidamente merece reconocimiento.

¿Considera usted que en ambientes donde la puntualidad suele ser un punto débil, se debería estimularla hasta convertirla en sello característico?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)