Opinión internacional
Una de las cosas positivas de la Argentina es que la declaración de bienes de sus funcionarios es abierta al conocimiento público. Las nuevas autoridades que asumieron en diciembre pasado declararon su patrimonio, que se dio a conocer el martes pasado. Lo interesante es haber visto que el presidente Aníbal Fernández declaró tener 74 734 dólares y su vicepresidenta solo 62 283 de la misma moneda, lo que despertó la sorpresa, indignación, asombro y perplejidad especialmente luego de que la exmandataria haya sido acusada de enriquecimiento ilícito y malversación de fondos públicos en casos que aún siguen siendo investigados por la justicia de su país. La viuda de Kirchner había distribuido en el 2016 un millón doscientos mil dólares entre sus hijos antes de que la investigaran por uno de los casos de corrupción. Podríamos decir que tanto el presidente y la vice argentinos están casi como su país: en ruinas.
Esta es una declaración jurada que adquiere validez jurídica y es comparable con la que hacen cuando dejan el cargo para ver si se incrementó su patrimonio y por qué. Hay miles de mecanismos financieros para esconder la fortuna y aunque los controles se han vuelto más estrictos, sigue siendo frecuente el mecanismo que permite que los administradores públicos se alcen con una fortuna producto de actos de corrupción. La vida que llevan posterior a sus mandatos es una prueba elocuente de que si ellos no guardaron los recursos malhabidos, alguien lo hizo por ellos. Es imposible que nadie se vuelva rico desde la función pública sin haber cometido actos de corrupción e incluso en las declaraciones juradas de bienes hay algunos que afirman un monto que no lo tienen pero es el que piensan robar cuando acaben su periodo. Como nadie constata la veracidad de lo declarado, es absolutamente posible afirmar que el monto con el que salen es el mismo que tuvieron cuando entraron, solo que todo eso es un fraude. Lo de la Argentina suena a chiste y nadie parece creerles a los actuales mandatarios en función; ambos vienen del ejercicio de importantes cargos públicos anteriores y de dilatada trayectoria en el sector político, como el caso de Cristina Fernández. La declaración con todo sirve para “sentir lástima” por la condición económica de ambos que es solidaria con la de millones de sus compatriotas que llevan años viviendo en condiciones dramáticas, incluyendo el aumento de personas que sobreviven en la miseria.
Argentina fue hace 100 años uno de los diez países más ricos del mundo; hoy hasta las declaraciones juradas de su presidente y vice dan ganas de llorar y fuerzan a buscar un fondo compensatorio para que no acaben ambos en la calle pidiendo limosnas. La han empobrecido tanto sus malos gobiernos que sus autoridades recurren a la mentira para no dejar de parecerse a la mayoría de la población a la que gobiernan y para no levantar sospechas de corrupción dan unas cifras de su patrimonio que despiertan desprecio y repudio a muchos.
La recuperación de la Argentina y de otros países latinoamericanos empezará por la sinceridad de sus gobernantes. Mientras la mentira se siga imponiendo, todas sus consecuencias seguirán fortalecidas cuando lo que se requiere es acabar con la miseria, pobreza y corrupción; pero para eso no hay que mentir tan descaradamente como lo hacen los mandatarios argentinos que prácticamente se declararon en ruinas para tomarlos de tontos. ¡Vamos! (O)