como para que dejemos la molicie y hagamos algo diferente, que nos comprometa personalmente, frente al desastre ambiental en el que nos encontramos. Los incendios en Australia, en la Amazonía, las inmensas islas de plástico en los océanos, las toneladas de desechos diarios que en el mejor de los casos enterramos, la muerte de millones de animales, la extinción de especies, el calentamiento global y tantos otros acontecimientos sirven, sobre todo, para que mantengamos diálogos más o menos lúcidos, demostremos que estamos informados y profiramos exclamaciones de indignación sobre la tragedia y la necesidad de tomar acciones para detenerla. ¡Banales!

Siempre supimos del deterioro de las condiciones naturales de la vida. En el pasado inmediato, el siglo XX, lo anunciaron obras maestras de la literatura. También el séptimo arte nos lo advirtió con las magníficas producciones de Mad Max, Brazil, Matrix y en el presente Blade Runner 2049, entre tantas otras. La ciencia nos explica la destrucción del planeta, la religión y la filosofía también, al igual que las bellas artes con obras de angustiosa impotencia frente a un presente y un destino deshumanizados y decadentes. Ningún conocimiento ni información han logrado conmovernos para que cambiemos. Sabemos y sentimos la extinción, pero estamos como narcotizados por la abulia moral que nos tiene atados hasta el extremo de que en este proceso de muerte somos incapaces de reaccionar, más allá de las palabras, para intentar detener la catástrofe. ¡Indolentes!

Si la literatura, el cine, la ciencia, la religión, la filosofía, las bellas artes y la propia experiencia no hacen mella en la idiosincrasia egoísta-consumista y tampoco en el cinismo instalado como forma de vida, además de todas las otras iniciativas, podemos cooperar con los verdaderos referentes del pensamiento colectivo contemporáneo, los influencers, para que asuman anímicamente el desastre, lo denuncien y desde su ejemplo pidan cambios, pues ellos tienen más peso en la opinión pública que la lucidez de la ciencia y de los pensadores. Si validamos esta idea podríamos en Ecuador inspirarnos, por ejemplo, en el espíritu de lo hecho por los organizadores de la entrega de los Globo de Oro, que este año decidieron como protesta a prácticas de alimentación que contribuyen a la precariedad de la vida en el planeta, que el menú de la cena de celebración fuera vegano.

Sería un paso importante que en el país intelectuales, políticos, líderes, activistas en redes sociales y otros practiquen aquello que defienden en sus discursos cuando de movilidad se trata y usen el transporte público, caminen, pedaleen o dejen sus vehículos particulares en casa –por su propia decisión– al menos uno o dos días a la semana… para empezar. O que quienes se indignan con el calentamiento global utilicen con prudencia el agua, generen menos basura y sean más limpios ecológicamente. O que aquellos que claman contra la banalidad de las costumbres consumistas sean más frugales. ¡Y que lo publiquen en sus redes sociales con orgullo y protagonismo! Como lo hacen con otras facetas de sus vidas que consideran los definen como individuos excepcionales. Así su activismo mediático contribuiría poderosamente con el mayor objetivo ético de la humanidad… la supervivencia.

(O)