Alberto Fernández asume la presidencia la Argentina el próximo 10 de diciembre con todo en contra. Su vicepresidenta, la realidad social y económica y las demandas ciudadanas acostumbradas a vivir subsidiadas, en definitiva un país que quiere curarse de una pesadilla con otra pesadilla. Llega a caballo del fracaso de Macri, quien no pudo o no quiso acabar con un modelo que funcionó cuando el viento a favor de los commodities sostuvo un crecimiento basado en repartir los ingresos a todos los que levantaran la mano. Hoy hay muchos con la misma calistenia pero... sin nada que repartir. El éxito populista peronista solo funciona cuando hay cosas que entregar, pero es notablemente incapaz ante la carestía que es hoy la realidad del que fuera uno de los países más ricos del mundo hace 100 años. Quizás la única ventaja con la que juega Fernández es que sus compatriotas se acostumbraron al fracaso y acabar el año con más del 50 % de inflación hace rato ha dejado de ser una mala noticia. Hoy viven con esa realidad y parece que se acostumbraron.
Digo parece porque un país en donde quejarse de todo es parte del folclor cotidiano siempre termina levantando aún más la vara al político de ocasión que termina siempre en fracaso. Eso también es parte de la costumbre y el pretexto para, como Sísifo, levantar la piedra a la mañana para que se caiga a la noche. Tendrá muchos problemas el nuevo mandatario con su vicepresidenta Cristina Fernández, que aunque disminuida políticamente por los múltiples juicios por corrupción que enfrenta, le recordará desde el primer minuto que él está sentado en la presidencia gracias a la genial idea que tuvo ella. Alberto Fernández tratará de explicarle que sin su presencia en el ticket no ganaba jamás el peronismo. Esto será parte del chimento y la realidad política en los primeros meses mientras se cuestione al FMI que reclamará el pago del billonario crédito y los sindicalistas reclamen más salarios antes de comenzar a cortar puentes y carreteras. La mitad de la Argentina verá con un placer enfermizo sus fracasos y los celebrará a pesar de que digan públicamente que les interesa que al país le vaya bien. Sus fracturas internas forzarán probablmente a Fernández a buscar cogobernar con sus opositores hasta donde le sea posible para sobrevivir a las embestidas internas. La cruda realidad en el medio agudizará sus contradicciones y le pasará la factura.
No son tiempos fáciles cuando la paciencia tiende a escasear y la tolerancia hacia el fracaso de las instituciones es menor, acabando en deliberaciones callejeras de altísimo costo para democracias al borde de un ataque de nervios. No tendrá mucho margen tampoco. El binomio viene de administrar una Argentina de abundancias y ahora tendrá que hacerlo bajo carencias y hostilidades.
El tiempo nos dirá cuánto peronismo queda aún por desarrollar o si la realidad terminará imponiendo su lógica, bajando la temperatura en un parque jurásico que todavía reivindica los valores del populista general que les dio nacimiento. Ese país industrial, próspero pero injusto laboralmente, solo vive hoy en la historia. La realidad es que tendrá que gobernar con viento en contra, con poca paciencia ciudadana y con todo para convertirse en una pesadilla más para un país que hace rato no tiene sueños ni aspiraciones pacíficos. (O)