No hay forma de interpretar el estallido de violencia que se ha producido en los países de la región, atribuyéndolo exclusivamente a una causa común y generalizada, pues es notorio que cada país más allá de sus conflictos sociales y económicos tiene diversas formas de expresión política; en el caso chileno, inevitablemente el más llamativo por el desenfreno del caos, se ha llegado a considerar la manifestación de un nihilismo anárquico en parte de su estructura social, es decir, un rechazo a todos los principios morales, políticos y religiosos, lo que sería una manifestación digna de estudio sociológico. Pero así como resulta coherente analizar síntomas específicos de cada país, sería aventurado excluir que tras el caos y la anarquía, exista una vena conspirativa que se alimente desde el exterior.
Me refiero a las noticias publicadas recientemente en la prensa española en la que se menciona abiertamente la posibilidad de que la maquinaria de injerencia rusa haya pasado de desestabilizar Europa a América Latina, considerando el hecho comprobado de que uno de los objetivos básicos de Vladimir Putin ha sido debilitar la Unión Europea, a través de varias vías, la más reciente fomentando la violencia callejera en Cataluña, a lo que se suma la guerra digital en políticas de Estado que con tanta eficiencia se despliega desde el Kremlin. En ese sentido, se advierte la posibilidad de que el gobierno ruso haya desplegado su versión de conflicto híbrido, “fomentando la protesta en los países que notoriamente están en desacuerdo con el régimen de Maduro”, engendro predilecto de los intereses rusos en la región.
Por supuesto existirán quienes consideren que mencionar una eventual injerencia rusa es pura paranoia política, pero si recordamos que Rusia llegó inclusive a interferir en las elecciones de los Estados Unidos, ¿qué tan complicado puede resultarle a Putin fomentar la desestabilización en estos países? Se ha mencionado también la posibilidad de que bajo ese patrocinio, Venezuela esté coordinando con diversos líderes de grupos paramilitares y políticos de América Latina con el fin de promover la desestabilización en un contexto de protestas generalizadas. De hecho, no existe la más mínima duda de lo satisfecho que podría estar Maduro si Colombia se contagia con una desestabilización dirigida, auspiciada también por políticos colombianos como es el caso del excandidato presidencial Gustavo Petro, quien no tiene reparos en impulsar la movilización social como estrategia de oposición.
No resulta sencillo entender en un contexto más amplio la dimensión de la protesta callejera y su cara más violenta de las últimas semanas en la región, pues más allá del relato de la protesta social, del descontento ciudadano y de la evidente desigualdad, hay también un propósito inédito de desestabilización que se alimenta de la violencia, del caos y de la anarquía. ¿Espontáneo o eficientemente planificado? (O)