Ciertamente el exilio es una de las penas más dolorosas a las que pueda ser sometida cualquier persona. Así lo consideraban los romanos respecto a los que eran expulsados más allá del Tiber; y, en esa condición, los asilados políticos tienen derechos y deberes. El caso de Evo Morales en su actual condición en México reabre el debate sobre las convenciones que firman los países y que deberían ser cumplidas de buena fe. El Gobierno mexicano decidió utilizar la figura de Morales para enviar una señal hacia adentro y hacia fuera, solo que viola con eso la figura del asilo. El mismo que debe guardar en su comportamiento el afectado y no realizar las actividades que hoy el exmandatario boliviano realiza de manera provocativa en territorio mexicano. No solo da conferencias sino que envía mensajes a sus seguidores cocaleros de Cochabamba para forzar el debilitamiento del Gobierno y apresurar su retorno. El asilo político no cumple de esa manera el precepto legal que se corresponde a la figura y presagia un territorio de conflictos absolutamente innecesario.
Los bolivianos están en la búsqueda de una salida a la crisis que inició el mismo asilado no respetando el referéndum de 2016, en el que su pueblo rechazó una nueva postulación. Figuras cercanas a la izquierda latinoamericana como Lula y Tabaré Vazquez hoy reconocen que fue su error buscar una nueva reelección desacreditando en su camino las instituciones y acabando en un fraude electoral. Encuentran la génesis del problema en no obedecer el mandato popular, afectando en el camino la democracia y por sobre todo dejando en entredicho su legado. Hoy, sin la menor autocrítica de Morales y de su exvicepresidente García Lineras, la cuestión es que los que hicieron “el golpe” fueron los otros y no ellos que violentaron las mismas normas que habían escrito. El asilo suele ser un espacio de reflexión y autocrítica que no aparece en ninguna intervención de ambos hasta ahora. Por el contrario, la actitud de Evo es de contestación permanente al mismo pueblo que durante dos veces le dijo que no estaba de acuerdo con que continuara en el poder.
La figura de la voluntad popular es siempre un argumento de los políticos cuando pierden el poder. Siempre ese pueblo tiene razón cuando los apoya y son siempre manipulados y usados por “oscuros intereses” cuando van en contra. La reflexión tiene que partir de si las reglas del juego se respetan y, por sobre todo, si la voluntad del soberano no termina siendo manipulada o defraudada. Afortunadamente hoy la comunicación es mucho más democrática y permite en tiempo real observar cuándo un gobierno usa y manipula el poder sobre la voluntad del soberano, dejando incluso en ridículo algunas afirmaciones creativas como las afirmadas por Morales que en su país no habría “nunca un golpe de Estado porque no tenían embajada de los EE. UU.”. Claro, siempre queda culpar a otros, dejando a un lado las responsabilidades individuales no asumidas.
Es tiempo de dejar las provocaciones desde el territorio del asilo y reflexionar de a dos (Morales y García Lineras) en qué momento dejaron de escuchar al pueblo para tener como único objetivo el seguir en el poder a cualquier costo. Ese fue el único golpe de Estado protagonizado en Bolivia por un gobierno que hoy desde el asilo en México le cuesta asumir su responsabilidad. (O)