La historia agropecuaria del país registra hechos de enormes frustraciones, no ha sido la excepción lo acontecido en los diez años del régimen anterior, el anterior presidente Correa no dudó sin recato en expresar que deja una deuda inmensa con la agricultura, mora que se agranda por la singular oportunidad, sin precedente alguno, de haber tenido a su disposición ingentes recursos, contando con una mayoría parlamentaria fiel e incondicional hasta el extremo, suficiente para generar leyes, derogar otras obstaculizadoras y proyectar un futuro agrario de realizaciones, de cambio hacia el bienestar de todos y al posicionamiento de la nación en un nivel envidiable de competitividad en los mercados agroalimentarios internacionales.

Correa emprendió en lo que él no se cansaba de mencionar sus “proyectos emblemáticos de riego y drenaje”, en los que constan Baba, Carrizal, Múltiple Chone, Trasvase Chongón-San Vicente, control de inundaciones Bulubulu y se preció de haber inaugurado en el 2015 el Trasvase Daule-Vinces (contratos originales: 762,1 millones de dólares), mientras el derrame publicitario de la época reiteraba que regarían 182 000 hectáreas nuevas y protegerían 142 000 de los impactos de inundaciones, hasta cuadruplicar en el 2017 la superficie regada. Pero la verdad profunda, sencilla por lo visible, es que no se ha llevado agua a ninguna hectárea de cultivo, pues esos planes no están en funcionamiento, ni siquiera sirvieron para contener las aguas desbordadas de inviernos fuertes, muy distante de soportar eventos extraordinarios como los fenómenos El Niño de los años 1983-84 y 1997-98, construidas según se dijo para resistirlos.

Esas obras están sometidas a graves cuestionamientos por haber sido carcomidas por la corrupción, perforadas por sobreprecios, adolecen de fallas estructurales de construcción e incompletos, no abarcaron lo fundamental de un sistema de riego que es llevar el líquido vital al consumo de las plantas, es decir, no iniciaron la fase más importante que es la productiva, no se construyeron los canales de distribución a nivel de finca para que efectivamente sean útiles, de lo contrario no pasan de ser “elefantes blancos”, inservibles, monumentos colosales a la irresponsabilidad que cada día se deterioran, exhiben canales principales de conducción azolvados, llenos de malezas, costará muchos millones rehabilitar.

Los agricultores esperan al límite de la desesperación el agua que no llega a sus sedientos campos, mientras observan con impotencia conductos secos, resquebrajados por los cáusticos soles, muy cerca de la destrucción, sumando pérdidas multimillonarias por la inútil inversión y lucro cesante de cientos de miles de hectáreas ávidas de regadío, con suelos de primera, capaces de generar cosechas para el consumo nacional, fortaleciendo la seguridad alimentaria e incorporando más productos exportables agroalimentarios hacia un mundo que clama por ellos, pronto a registrar ocho mil millones de habitantes.

Se conserva la esperanza de que este gobierno, en el tiempo que le queda, cambiará el desolador escenario, convirtiendo esas estructuras paralizadas en centros de explotación agroindustrial, siendo un saludable mecanismo la creación de sociedades público-privadas, que seduzca la inversión extranjera, esquema aún no aplicado en el promisorio y rentable sector agropecuario. (O)