Nuestro invitado
Como nuestro anhelo mayor es inefable, nos queda hablar de los tres deseos que, aunque menores en importancia, ocupan el 99% de nuestras actividades: placer, dinero y poder. Todos los alcanzamos en cierta medida y algunos lo acumulan realmente en grande, son símbolos de éxito.
Pero el éxito, literalmente, representa una exit, una “salida”. Salida ¿a qué? ¿Por qué sentimos la necesidad de buscar una salida? ¿Cuál es la insatisfacción que buscamos resolver? En función de eso escogemos nuestros deseos preferidos. En un contexto de miseria y desprecio se escogerá al dinero, en uno de sometimiento se optará por el poder, frente al miedo se preferirá el confort del conocimiento; los tres deseos no nos acechan por igual, sino en función de nuestras historias personales.
Bueno y qué pasa si alguien tiene éxito. Ver los extremos siempre ayuda a entender: en cuanto al poder, pensemos en Napoléon y en Bolívar. ¿Qué vino después de conquistar a Europa o “liberar cinco países”? Para el uno el destierro y la muerte, para el otro la enfermedad y el reconocimiento de su fracaso (he arado en el mar). Ambos perseguían “la gloria” y la obtuvieron. Quienes no logramos esos éxitos estamos en segundo plano, a veces frustrados y otras reflexionando sobre qué vale la pena. El bronce de la gloria se fundió en estatuas que perduran siglos después y simbolizan la grandeza del héroe; pero también recordamos sus abusos (con soldados sometió al Guayaquil que se había liberado “sin su autoría”). No es insignificante que por años tomarse por Napoleón era sinónimo de loco, o que algunos políticos que sueñan con ser Bolívar son de lo peor.
Y están los millonarios, ellos también lograron lo que la mayoría ve desde lejos. Son ejemplo de coraje, de creación de riqueza e ilustran lo inútil de paralizarse en la miseria culpando a los demás. Pero el tema es: ¿Qué sucede después de que lo logran? No pocos se vuelven arrogantes y vanidosos, algunos se alejan de familiares y amigos. Los que no: ¿se sienten realmente satisfechos? Unos persiguen siempre más, no logran saciar su hambre. Otros optan por cruzar a la orilla del poder y persiguen la presidencia de la república de su país. Algunos incluso lo consiguen. También hay políticos que se vuelven millonarios gracias al poder.
Sin embargo, el reconocimiento y la sumisión que persiguen el dinero y el poder, respectivamente, parecería que no producen una auténtica reivindicación que llene a la persona. Como tampoco lo hacen el goce del placer perseguido en sí mismo, ni la adicción a más conocimiento.
Si por un momento dejamos de perseguir el “éxito” del deseo, nos damos cuenta de que el servicio, la filantropía y la sabiduría son el antídoto que transforma el lado oscuro del poder, la riqueza y el placer, en ese orden. Ghandi lo supo desde joven, Bill Gates lo descubrió a los 50.
En Guayaquil han existido dos clases de filantropía: la post mortem, que legó patrimonios a instituciones que ahora dan servicio social, y el voluntariado, que es una abnegada filantropía en vida. Al pensar en la inmensa capacidad de algunos políticos y millonarios, me imagino una tercera alternativa que tendría un bello impacto y es que la mitad de ellos dejen de perseguir la gloria y el reconocimiento y se dediquen por entero a devolver a la ciudadanía lo que la vida les ha permitido conquistar. Lo digo suelto de huesos, porque no es mi plata ni mi poder, pero eso no le resta validez a la tesis: todos tenemos un anhelo mayor a perseguir y parte de ese anhelo es social y comunitario. (O)