El pesimismo económico es una parte íntegra de la mentalidad ecuatoriana. La idea de que algún día podremos llamar a Ecuador un “país desarrollado” es vista como un prospecto remoto, idealista y tan alejado de nuestra realidad cotidiana que frecuentemente es objeto de bromas y comentarios sarcásticos. La idea de que somos y siempre seremos un país subdesarrollado ha calado tan profundamente en nuestra psiquis colectiva que se nos ha hecho prácticamente imposible vernos a nosotros mismos con otros ojos. Para los propios ecuatorianos, Ecuador se ha vuelto sinónimo de atraso, pobreza y subdesarrollo: un país sin futuro y sin remedio.

Sin embargo, a pesar de que este fatalismo sea generalizado, la experiencia económica del siglo XX nos demuestra que este no está anclado en la realidad. El desarrollo económico rápido es posible. Los últimos cien años han visto a múltiples naciones romper el ciclo del subdesarrollo y a millones de personas escapar de la pobreza. Hace menos de sesenta años Corea del Sur era una economía agraria que sufría por altos índices de pobreza y desigualdad. Hoy es la undécima potencia económica del planeta. No obstante, Singapur en los años 60 era un país donde el PIB per capita apenas superaba los USD 300. Hoy en día ha llegado a los USD 60.000. Que un país pueda en pocas décadas pasar del subdesarrollo a la prosperidad no es una quimera remota o un sueño idealista. Esto no quiere decir, evidentemente, que la receta para el desarrollo sea sencilla. Escapar del subdesarrollo consiste en romper una serie de círculos viciosos. Las mejores mentes se van al extranjero porque faltan oportunidades, pero aquí no se forman oportunidades porque las mentes que las podrían crear se han ido. Las industrias más avanzadas no son creadas porque faltan personas capacitadas, pero nadie se capacita porque esas industrias no existen.

Igualmente, las experiencias de otras economías no son fácilmente replicables. Cada nación posee idiosincrasias únicas, vive situaciones históricas distintas, y se enfrenta a problemas y desafíos propios. Sin embargo, a pesar de que cada país es único, la experiencia histórica nos indica que existen ciertos factores comunes necesarios para el desarrollo de cualquier nación, incluida la nuestra. Para empezar, el fortalecimiento institucional es esencial. Mucha de la literatura económica contemporánea ha enfatizado el rol fundamental que juegan las instituciones para el desarrollo económico. Un país donde los jueces y funcionarios carecen de independencia y son fácilmente corrompibles es un país donde no existe marco alguno para un desarrollo económico sostenible. Así, la lucha contra la corrupción no es simplemente un asunto de principios, sino que está directamente conectado con mejorar las condiciones de vida de millones de ecuatorianos. Igualmente, la modernización de nuestro ordenamiento jurídico en materia corporativa, financiera y laboral se ha vuelto urgente.

Pero quizá más importante de todo sea el superar la mentalidad de que estamos condenados a ser por siempre un país atrasado. Mientras no superemos la ilusión colectiva de que el desarrollo es imposible, entonces estaremos efectivamente condenados a ser un país sin futuro y sin remedio.(O)