El intento orquestado de ocultar y acallar verdades opuestas a ideologías e intereses particulares se repite: según Joseph Goebels, jefe de propaganda del totalitarismo nazi, una falsedad repetida es aceptada como verdad por los que tienen pereza de pensar. Se repite tantas veces que la unión sexual de dos hembras o la de dos varones es no solo “unión”, sino que a esta unión, sin maternidad, pretenden honrarla o equipararla con el nombre “matrimonio homosexual”. A algunos no les importa que haya contradicción hasta en las mismas palabras.
Los 47 jueces de los 47 países del Consejo de Europa, que integran el pleno del Tribunal de Derechos Humanos, el más famoso del mundo, el Tribunal de Estrasburgo, han dictado una sentencia de enorme importancia. Esta sentencia es silenciada por el “progresismo”. Vacían de contenido la palabra “progreso”.
Por unanimidad los 47 jueces han aprobado la sentencia que establece que “no existe el derecho al matrimonio homosexual”. La capacidad y probidad de estos jueces es indiscutida. Este dictamen ha sido fundado en consideraciones filosóficas y antropológicas, basadas en el orden natural, en el sentido común, en informes científicos y el derecho positivo.
En lo referente al derecho positivo, la sentencia se basó en el artículo 12 del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Este artículo equivale a los artículos de los tratados sobre derechos humanos: el 17 del Pacto de San José y al número 23 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. El Tribunal afirma que no se debe imponer “a los gobiernos la obligación de abrir el matrimonio a las personas del mismo sexo”.
Refiriéndose a la tantas veces y para tantos asuntos invocada queja de discriminación, el Tribunal añadió: “No hay tal discriminación, dado que los estados son libres de reservar el matrimonio solo a parejas heterosexuales”.
Estamos frente a un problema mucho más grave que el descubierto y difundido en torno a Odebrecht. Mucho más grave, pero oculto para muchos. Odebrecht corrompe un valor humano, el económico. La unión sexual entre personas del mismo sexo corrompe un valor íntimo de la persona humana. Pretenden que se difunda la corrupción de este valor con el aceite dinero, “poderoso caballero”, dando al valor animal la primacía de los valores humanos.
Grave mal añadido sería la falta de reflexión acerca de este fenómeno. Recobrar la conciencia del valor humano del sexo restablece una base para el optimismo en el empeño por salvar la identidad humana. El sexo es un valor humano, porque expresa la mutua donación, sin reducir al otro a cosa pasajera. También valor humano, porque expresa la fecundidad en hijos y en servicio a la sociedad.
La humanidad ha superado momentos similares de corrupción como la que refiere Pablo en su 1ª Carta a los corintios 6,9-10. El peor mal actual es el descenso al ciénago de la irreflexión, arrastrados por la catarata de propaganda orquestada por poderosos intereses; uno de ellos el económico. Intereses ideológicos y económicos seguirán intentando callar la sentencia del Tribunal de Estrasburgo.
(O)