Todos nos hemos deleitado al escuchar el pasillo El alma en los labios, la sentida y trágica poesía amatoria es envolvente, “... el día en que me faltes, me arrancaré la vida”. Y eso es precisamente lo que su autor, Medardo Ángel Silva, literalmente hizo: acabó con su existencia el 10 de junio de 1919 en frente de la residencia de su amada, apenas a los 21 años.

Las instituciones culturales, universidades, fundaciones..., en todo el país, se hicieron eco por el centenario de la muertes de Silva y en encuentros y conferencias se ha reconocido en el poeta guayaquileño las virtudes creativas que lo catapultan como el más importante exponente del modernismo en el Ecuador. Como parte del homenaje, la Casa de la Cultura del Guayas entregó un muro de su edificio para que los artistas plasmen su retrato (con aerosol) en estilo contemporáneo; mas, a los pocos días la obra fue víctima del más espurio vandalismo social, puesto que amaneció manchado de color azul. Nuevamente sus autores procedieron con la restauración, pero por segunda ocasión se atentó contra la cultura al ‘entintar’ el retrato de un ícono de la poesía guayaca y ecuatoriana. El mural, al estar ubicado en un lugar público y de fácil acceso, se hace vulnerable a la barbarie de los grafiteros. Si bien es cierto, la intención de fraguar el homenaje a Miguel Ángel Silva en el mural es loable, también debemos reconocer que el concepto de “mural” es altamente sensible y se requieren respuestas alternativas, como plasmar el mismo proyecto en otro espacio de mayor amplitud y protagonismo urbano, utilizando técnicas y materiales propios de la muralística que garanticen perdurabilidad, como la cerámica. De hecho, para reconocer a Silva por su grandiosidad en la crónica guayaca, la narrativa, la crítica, la poesía..., no hace falta ningún mural sino leer la genialidad de su pluma; el gran Guayaquil, por los cien años de su muerte le queda debiendo al poeta. Las autoridades aún tienen la oportunidad de relevar la figura de uno de los integrantes de la “generación decapitada” que en vida vio solo dos publicaciones suyas a causa de su pobreza y del poco apoyo que recibió. El proyecto de rescate editorial de la Biblioteca Municipal de Guayaquil, que en el 2004 publicó sus obras completas en una colección de lujo, hizo justicia a su producción con poesías, prosa y narrativa. Tuvieron que pasar 85 años de su muerte para contar con un trabajo editorial que nos muestre a Silva en su total dimensión creativa, al gran poeta de la melancolía, cuyos laberintos existenciales le llevaron a la urgencia de la cita con la “emperatriz” que le sedujo desde siempre al temprano viaje.(O)

Mercedes Cayamcela Orellana,

licenciada en Gestión Cultural; Azogues, Cañar