En 1978 Rubén Blades y Willie Colón lanzaron su segundo long play, así se llamaban los discos de vinilo de 33 revoluciones y contenían varias canciones, que sería considerado un clásico de la salsa. Canciones como Pedro Navaja, Siembra, Plástico, más conocida como la “Chica plástica” se quedarían para siempre en la memoria de muchas generaciones de bailadores de la buena salsa.
En el ahora que nos enfrenta con ferocidad a las urgencias del mañana, el plástico pasó de ser un gran invento de la humanidad, elaborado alrededor de 1907 por el químico belga-americano Baekeland, quien creó la baquelita, el primer plástico fabricado en serie realmente sintético, hasta sus ilimitadas y actuales formas de producción, que lo ha convertido en un artículo que nos rodea en todos nuestros entornos, a tal punto, que no se podría concebir la vida moderna sin su variado y cotidiano uso.
Esta dependencia está llevando a la humanidad a una crisis sin precedentes: estamos sumergidos en desperdicios de plástico que demorarán centenas y miles de años para degradarse, en todos los ámbitos naturales que nos rodean. Sus desperdicios los encontramos en nuestros mares, ríos, pueblos y ciudades, interactuando inclusive en las cadenas tróficas de la propia naturaleza. Ya hay voces de alarma que señalan la existencia de microplásticos en los peces marinos y aun en la sal que se procesa a partir del agua del océano.
A todo lo señalado, debemos agregar que el nivel actual de CO2 en la atmósfera superó las 400 partes por millón, acelerando las consecuencias del efecto invernadero y la polución, que ya golpea las puertas mismas de la viabilidad de las grandes ciudades del mundo. En esa línea, tres capitales de América Latina están en el ranking de las primeras 73 con peor calidad del aire: Santiago de Chile (20), Lima (22) y Ciudad de México (30), de acuerdo al reporte conocido como PM2.5 de Greenpeace Air Visual 2018. Según este mismo informe, la contaminación del aire es responsable cada año de unos siete millones de muertes en el mundo.
Este artículo no pretende ser una continuación de los escritos apocalípticos de san Juan en su exilio en la isla de Patmos, pero sí para quienes tienen la generosidad de dedicarme unos minutos de su tiempo, una severa llamada a la reflexión y sobre todo a la acción sobre el entorno natural que nos rodea y nuestra necesidad y obligación de conservarlo y entregarlo en condiciones aceptables para la vida humana a las generaciones venideras. Leeta Harding expresaba que “la solución a los problemas más graves no requiere tecnología, requiere una sociedad con valores”; en ese tenor felicitamos a todos los anónimos emprendedores en la lucha por detener la polución y el cambio climático, como lo hacen Franklin Ormaza y su esposa, Dafne, quienes tienen una estación de playa en la que limpian, por su cuenta y con sus medios, 100 metros cuadrados de playa, filtrando la arena y extrayendo basura plástica cuyo origen es de artes de pesca, empaques de alimentos y pellets plásticos. Entre tanto, en igual forma y sin conocerse, Manuel Pablo se da el tiempo de cada vez que va a la playa de su amada Bahía de Caráquez, extraer de sus arenas residuos de plástico en todas las formas posibles. ¿Se imaginan si todos hiciéramos algo parecido? ¿O por lo menos, algo elemental como cargar nuestra propia basura y dejarla en lugares adecuados?
Es la hora de que todos apliquemos las 3 R: reciclar, rehusar y reducir nuestra huella ecológica en el ambiente. Hay que fortalecer un marco jurídico adecuado, con políticas claras, que permitan, por ejemplo, que las empresas privadas puedan cruzar con su impuesto a la renta el apoyo efectivo al mantenimiento de bosques y reservas naturales, así como desarrollar desde los hogares, escuelas y colegios una doctrina de conservación, reciclar todo lo que podamos, y consumir bienes amigables al entorno natural. Al final del día, como diría John Kennedy, “nuestro vínculo común más básico es que todos habitamos este planeta. Todos respiramos el mismo aire. Todos valoramos el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales”. Como la chica plástica, los niños de plástico en la ciudad de plástico que con el sonero de Panamá, no queremos ver. (O)