Días previos a la publicación del Acuerdo Ministerial 2019 – 11 A, que dispone reducir las actividades administrativas de los educadores, el Ministerio de Educación revelaba que un docente realiza aproximadamente 65 operaciones administrativas a la semana, 16.000 registros con aproximadamente 15 cursos para atender alrededor de 600 estudiantes. La publicación de este tipo de información no solo justifica las resoluciones adoptadas desde esta Cartera de Estado, evidencia que el uso del tiempo en la escuela no priorizaba las actividades pedagógicas, mas sí las tareas administrativas, lo que generaba una interrupción y distorsionaba el proceso educativo, dispersando de esa manera el trabajo del maestro, generándole incluso problemas de salud.
Frente a esta y otras realidades, diversos sectores educativos en conjunto con el Ministerio de Educación comienzan a levantar un debate respecto a lo que han denominado La Nueva Escuela. Esta iniciativa ha comenzado por buen camino, ya que a diferencia de otros procesos de “diálogo”, no se avizora una línea excluyente y, sobre todo, busca desarrollar una evaluación de la reforma educativa emprendida durante el correísmo. Esta evaluación es necesaria, pues no se puede emprender un proceso nuevo sin señalar los errores cometidos en el pasado. La educación es un proceso histórico, un fenómeno social, no es un hecho aislado, por lo cual corresponde ser tratada por la sociedad y sus actores educativos, con el fin de enfrentar el proceso y modelo educativo autoritario y excluyente. Fue un error creer que excelencia educativa es un edificio bonito (Unidad Educativa del Milenio); la infraestructura cuenta, pero no determina todo lo que implica un proceso exitoso de enseñanza y aprendizaje, es por eso que la reapertura de las escuelas comunitarias y de la Universidad Intercultural es una decisión acertada para el desarrollo de nuestros pueblos.
Otro grave error fue definir a la formación de nuestros niños y jóvenes desde la visión exclusiva de “Juego de tronos”, es decir, desde la meritocracia, donde lo único que ha hecho es fomentar un sistema educativo elitista que privilegia las capacidades individuales por sobre las colectivas. La improvisación fue otra característica de la gestión pasada, se eliminó la enseñanza del inglés, para luego volverla obligatoria; se entregaron computadoras y, a la vez, se eliminó al profesor de informática, que luego retornó. El modelo educativo correísta ha producido una generación perdida de bachilleres que no han logrado adaptarse a las exigencias de un sistema improvisado. La entrega de textos escolares, bien vista por la sociedad, fue otra imposición al no ser sometidos a evaluación alguna, tuvo por detrás un currículum oculto que exaltaba la imagen mesiánica de Correa, para lo cual se redujeron o distorsionaron temas históricos y sociales, destacando los espacios técnicos y el adoctrinamiento sectario. La Nueva Escuela será fruto de llamar a cada realidad por su nombre y, sobre todo, de enfrentar y transformar por un modelo educativo democrático, acorde a nuestras necesidades e intenciones del Ecuador, América y el mundo.(O)