La prestigiosa editorial francesa Editions du Seuil difundió, en la última parte de 2018, el libro de Pierre Rosanvallon, Nuestra Historia Intelectual y Política 1968-2018.
El autor, economista de formación, es profesor del College de Francia, la prestigiosa casa del pensamiento francés de élite y autor de un sinnúmero de trabajos, desde la Edad de la Autogestión (1976) hasta el Buen Gobierno (2015).
Como lo anota la editorial, las obras de Rosanvallon han ocupado una plaza mayor en la teoría política contemporánea y en la reflexión sobre la democracia y la cuestión social. Aportes cruciales, en un mundo que vive una suerte de “edad de la incertidumbre”, cuyo desenlace genera muchas dudas.
Señala el autor que “los eventos de Mayo 1968 (en París) tradujeron y polarizaron… la evolución hasta entonces observada en los países desarrollados, de forma difusa… Evolución social y cultural que marcaba el ingreso a un nuevo ciclo de la modernidad, abierto por el auge de sociedades de consumo, por el mayor valor adquirido por las autonomías individuales, la nueva relación existente frente a autoridades y jerarquías y la irrupción de la juventud como fuerza social y cultural”.
Prosigue: “Pero evolución política, caracterizada por la pérdida de influencia de los partidos tradicionales y el resurgimiento de un ideal revolucionario (en varios movimientos de izquierda y otros), que en su mayoría tuvieron una existencia efímera”.
Los años siguientes, los setenta, fueron –lo señala– “los años de la exaltación y del fervor”. Algunos actores veían entonces un inminente cambio social; otros, un horizonte para repensar la sociedad y refundar la izquierda. Siempre las ideologías y las percepciones políticas fueron objeto de confrontación. En los ochenta, en cambio, esa cultura política e institucional, que tenía como afán dar paso a una “era de la emancipación”, comienza a disiparse progresivamente.
Por sus connotaciones, Rosanvallon formula la hipótesis de que la progresiva agonía de las corrientes de izquierda y la dificultad de plantear una alternativa al liberalismo vendría desde esos años. De un lado, porque la sociedad liberal tuvo fuerza, por muchas razones, para imponerse (el desarrollo tecnológico sería determinante); de otro, por un “pragmatismo” que disolvió las utopías juveniles. En fin, por el peso de la contrarrevolución, que no explica el referido estancamiento del “fervor” –sobre todo en Francia, que en mayo de 1981 iniciaba la primera parte del gobierno de Francois Mitterrand–.
Anotará que, de todas maneras, la sociedad francesa sería incapaz de asimilar el Mayo 1968. Socialista moderado, sugiere que las acciones por el cambio no llegaron al universo de lo económico; hubo –siempre bajo la nueva lógica– una capacidad reformista limitada y, al menos Francia, continuaría asimilando las antiguas formas del “estatismo social”, a lo Fourier-Proudhon.
Pero, ¿por qué volver al estudio de un hecho –importante y todo– que se vivió hace ya cincuenta años? Más allá de que es difícil hacer un recuento pormenorizado, lo sustancial es comprender el proceso de maduración de la nueva modernidad, la de este siglo XXI, a la luz de una coyuntura que tendría características “parecidas” a las de 1968.
En efecto, el mundo se desenvuelve en medio de un capitalismo de innovación e inusitado desarrollo tecnológico (también entonces, aunque en medida distinta); de rápida promoción de los servicios modernos (telecomunicaciones, información, hoy en auge) y de los servicios financieros y similares, muy extendidos; de cambios drásticos en el mercado del trabajo; de una realización muy distinta de la individualidad; y, de la declinación de cierto tipo de “democracia”, lo que por lógica debería ser referencia para la definición de políticas serias. ¿Coincidencias 1968 y 2018?
En medio de la crisis por la que atraviesa la sociedad ecuatoriana, este libro nos demandaría propiciar una reflexión sobre el futuro nacional, visto el contexto. ¿Se han definido objetivos y estrategias que nos llevarían a un desarrollo sostenido, durable y sustentable, democrático? La planificación de antaño ha cambiado por un proceso adaptativo, necesariamente proactivo; el individuo “singular” de ahora tiene expectativas diferentes a las del pasado; en fin, la democracia debería practicarse con excelencia y respeto a los intereses de todos. ¿Esto, ha sido considerado? La responsabilidad es de los operadores: Estado, empresarios y trabajadores. También de la excelencia intelectual. No de cualquiera.
El mundo, además, parece haber llegado a un punto en el cual (véase el Foro de Davos, Suiza) acepta populismos de derecha, que tienen las mismas limitaciones –estructurales, diría– de los populismos de izquierda.
Sin entenderlo a cabalidad, parece. Abre las puertas –por intereses concretos– a situaciones en las que se puedan hacer “buenos negocios, privatizaciones y utilidades” sin mayores contratiempos. ¿Rescate de un capitalismo antirregulación?
La justicia social, que se alcanza cuando los privilegios de los liberales extremos se restringen en base a una normativa apropiada –y ética–, ha sido dejada de lado. ¿Hay aún, así, lugar para las utopías? ¿Pueden –las utopías– ser de cualquier tipo? ¿O, utopías y todo, hay “restricciones”?
Ante los cambios que genera la IV Revolución Industrial, se evidencia una marcada debilidad ante populismos del peor estilo. Rosanvallon refiere la urgencia de definir acciones que enfrenten las disfuncionalidades de la democracia y las ineficiencias e inequidades que llevaron a su desencantamiento.
Es hora, pues, de repensar la política y la economía. Frontalmente. Con urgencia. Más en nuestro Ecuador. (O)
Ante los cambios que genera la IV Revolución Industrial, se evidencia una marcada debilidad ante populismos del peor estilo.