Un artículo de diario El País nos alerta de lo que está ocurriendo en materia de idioma. Las autoridades han declarado que el 2019 será “el año del español” dentro de las políticas que tienen como objetivo “mejorar la imagen del país en el extranjero y entre los propios españoles”, cosa que no está nada mal si no se considera que la lengua no es rasgo nacional constitutivo exclusivamente de los españoles.

La medida supone una involución de la posición de la Real Academia Española y respecto de la existencia misma de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), que en el paso de las últimas décadas han conseguido una conjunción de metas, trabajos y productos –el diccionario, la gramática, la ortografía se estabiliza en los pronunciamientos de las dos–. Digámoslo en sencillo: el idioma español es de todo un conjunto de 23 naciones que lo utilizan y se vería natural en una, de existir, “Marca Panhispánica”.

Vale profundizar en el concepto de “utilizar” una lengua, no quedarse meramente en la faceta instrumental del uso sino concebir que el idioma en que nacemos y crecemos constituye la más profunda cara de nuestra constitución de personas. Ser pensado y dicho en un sistema de signos que crece y se fortalece en nuestra mente en la medida que pasa el tiempo y somos moldeados por el ambiente y la educación, se integra a la invisible red que sostiene una psiquis individual y un ser social. Es decir, somos en una lengua.

Por tanto, no puede España integrar a las políticas de su proyecto de recuperación económica y política al idioma, como si le perteneciera solamente a ella. Eso es regresar a los tiempos cuando se nos enseñaba que el modelo lingüístico de corrección estaba en labios de los antiguos conquistadores y que las excolonias hablábamos un español de segunda categoría. Recuerdo a los alumnos que me pedían que pronunciara los fonemas ce y zeta cuando hacía un dictado para escribir con la adecuada ortografía. Tenía que convencerlos de que nuestra pronunciación era tan legítima como la española y que, a pesar de ello, nuestro deber era escribir con buena ortografía.

Desde el Diccionario panhispánico de dudas (2005) a la Nueva gramática (2009-2011) –que sorprendió a la comunidad de hispanohablantes al incorporar como correcto el voseo argentino– tenemos fuentes precisas para apreciar una auténtica mancomunidad de esfuerzos que le da el rostro amplio y múltiple que tiene esta bendita lengua. Según el Instituto Cervantes, hablan español 559 millones de personas, incluidos los hablantes de dominio nativo, de dominio limitado (por ejemplo, marroquíes y filipinos) y los estudiantes de español como lengua extranjera. En esta cifra tienen puesto los 41 millones de personas que lo hablan dentro de los Estados Unidos.

Si pensamos específicamente en América Latina, impresiona saber que México y Colombia, cada uno, supera el número de hablantes de España.

Vale reconocer los esfuerzos que hacen las academias de los respectivos países para fortalecer el uso del español, resaltar su literatura, opinar sobre las novedades. Como lengua viva que es, crece y cambia cada día y sus incontables escritores se encargan de hacerla materia de arte. El español es de todos. (O)