Jugando con el título Hay palabras que los peces no entienden, un hermoso libro de María Fernanda Heredia, yo digo: hay palabras que los políticos no entienden, otras que inventan y muchas que olvidan.
Hace muchos años, cuando ya la abogacía me causaba gastritis y los libros me coqueteaban, me presenté a un concurso para trabajar en la Biblioteca del Banco Central del Ecuador, enorme fue mi sorpresa al recibir la grata noticia de ser la ganadora del concurso. Aparte del amor a los libros, la biblioteca me atraía porque muchos excompañeros de la facultad, también desertores del Derecho, trabajaban allí. Por si eso fuera poco, la mencionada biblioteca quedaba a media cuadra de mi casa, esto con dos hijas pequeñas era una maravilla.
Antes de mi ingreso al Banco me pidieron todos los certificados y exámenes de salud posibles, creo que hasta el pedigrí. Todo estaba en orden, solo faltaba la prueba de los uniformes, porque el más pequeño me quedaba enorme, como decía mi abuela: “El muerto ha sido más grande”. Justamente el día de la prueba me citó un señor Rueda, quien con tono displicente me informó que había revisado mi carpeta y que yo no podía ingresar a la institución porque había nepotismo. Me quedé helada, salí cabizbaja y fui directamente a la casa de mis padres, mi doctor Marquito seguramente me explicaría por qué yo padecía esa rara enfermedad, si era infectocontagiosa, hereditaria, incurable o vergonzosa. En todo caso en el camino me cubrí la boca, no topé los tubos del bus, ni volteé a ver a nadie, por temor a contagiar a gente inocente de esta rara enfermedad.
Papá, como era su costumbre, simplemente me extendió el diccionario en el que confirmé que era una palabra masculina y que significa preferir a los parientes para los cargos públicos. Yo estaba sana como un roble, pero al parecer algún Varea o Maldonado había llegado al Banco Central antes que yo. Y no fui la única desventajada, debido al nepotismo, el cargo fue para el séptimo concursante.
Hoy en día, en épocas de bárbaras naciones, el nepotismo es la regla, ¿ya no existe la prohibición o los políticos se olvidaron de la palabra? Cada día me sorprende más enterarme de que el marido de la ministra es secretario de Estado, que la mujer del ministro es asesora en otro ministerio, que la viceministra es esposa del director, que el gerente de la empresa estatal es padre de una vicepresidenta y así infinidad de casos. Veo gente que se acomodó durante la vieja revolución y continúa en la nueva, y pasa de cargo en cargo, de ministerio en ministerio, marchando sobre el propio terreno. Alguna vez dije en broma que en este país los cambios de funcionarios se hacen igual que calzoncillo de soldado: tú con tú, tú con tú. Pero en este punto, no es chiste ¡es real! ¿Qué pasa, presidente Lenín, es que no hay gente nueva? ¿Tan indispensables son?
Pues sí, parece que hay palabras que los políticos convenientemente han olvidado. Ya no saben el significado de palabras indispensables como ética, pudor, honra o vergüenza. (O)