Definitivamente jamás llegaré a ser lo que llaman un hombre adusto, tampoco me gustaría saberlo todo de una sola cosa, me conmueve más el llanto del niño que no logra dormir que la velocidad a la que gira la tierra, me aburren las conversaciones entre quienes se despachurran por ser de la derecha o de la izquierda. Entre las palabras que me agradan encuentro saudade, que es un nivel alto de añoranza; komorebim, palabra japonesa para describir la luz del sol filtrada a través de las hojas de los árboles; basorexia, que es la necesidad repentina de besar a alguien; mamihlapinatapai, mirada cargada de sentimientos de dos personas que quieren empezar algo juntas, pero se resisten a dar el primer paso (dice Guinness que es la palabra más concisa del mundo en Tierra del Fuego para expresar algo complejo); cafuné, palabra brasileña para una persona que nos peina suavemente usando solamente los dedos; hyggelig, término danés para definir un estado de gracia, de bienestar, el deseo de prolongar determinado momento; gaman, otra palabra japonesa para identificar a todos quienes gustan irse contra la corriente; wabi-sabi, el arte de encontrar disfrute en las imperfecciones; palabras francesas que uno saborea por su música misma como libellule, pamplemousse, porcelaine. Me hubiera gustado tener otra hija para llamarla Porcelaine. Me suena como un poema de Apollinaire: “Comme un doux son de cor, ta voix sonne et résonne”.
No hablo de política ni pretendo componer el mundo, me duele que muera un manifestante como me duele que se queme vivo a un policía, vivo mi vida tratando de no lastimar a nadie, sabiendo ofrecer disculpas cuando se amerita. Tengo suficientes defectos como para que una eventual divinidad me mande al infierno, nunca supe odiar, cometí unos cuantos pecados en nombre del amor. Mi edad algo avanzada me permite dejar a otros la cancha donde se discute, se polemiza, se niega, se afirma, se mata, todas mis certitudes son provisionales. El presupuesto del Estado es una cosa; el mío, siempre apretado, es otra. He conocido y entrevistado a dieciocho presidentes de Ecuador, me ayudaron a medir el tiempo transcurrido. La vida consciente del ser humano empieza cuando se descubre mortal, vulnerable, cuando cada día es un regalo intenso, cuando sabemos que el beso es empatía y el sexo complicidad. La felicidad es como un relámpago de luz que desgarra la noche, fugaz pero expresivo. En la escuela, en la universidad, nos enseñan de todo menos la manera de ser feliz; la felicidad es cuando las cosas están todas en su debido puesto, ¡vaya tarea! Somos seres humanos, los papas y las reinas van al baño como todos nosotros, el resto es literatura.
Ustedes preferirían tal vez que hablase de neutrones, política macroniana, el último round entre Lenín y Rafael, que me ponga a llorar al tomar un whisky pensando en países que ni siquiera tienen agua, que debería causarme vergüenza ser carnívoro, no practicar ninguna religión. Solo soy un humanista, trato de ayudar siempre a quienes buscan mi amparo. Soy suficientemente lúcido como para conocer mi insignificancia.(O)