Las finanzas públicas en esencia no son muy distintas a las finanzas personales. Consideremos el caso de Gastón y sus cuentas. Gastón gana US$ 2.000 mensuales (US$ 25.000 anuales) y gasta US$ 2.500 mensuales (US$ 30.000 anuales).
En sencillo: Gastón gasta más de lo que gana. La diferencia entre lo que gana y gasta le da un déficit de US$ 5.000 anuales.
El problema no queda ahí. Gastón haciéndole honor a su nombre ha acumulado deudas y este año tiene que pagar US$7.000 a su tarjeta de crédito. Eso es muy aparte de los US$30.000 anuales de gasto.
En total, sumando todo lo que le falta (déficit) más lo que tiene que pagar (financiamiento), Gastón necesita conseguir US$ 12.000 (US$ 5.000 + US$ 7.000) adicionales este año. Seguramente, con más deudas todavía.
En resumidas cuentas, Gastón gana US$ 25.000 y tiene que pagar US$ 37.000 (US$ 30.000 + US$ 7.000).
Lastimosamente, Gastón no es solo un personaje ficticio. Su historia es una metáfora del Presupuesto General del Estado (PGE) del 2018. Y claro, no se trata de miles, sino de miles de millones. Al igual que Gastón, el PGE sufre del mismo problema.
El meollo del asunto es que este no es un problema de ingresos, o sea de más impuestos y deuda, como se cree en la administración pública, sino de ajustar los gastos. Y al igual que en las familias y empresas, si no se parte por reconocer la razón de fondo de los problemas económicos, las medidas, lejos de apuntar a resolver el problema que se tiene, servirán para agravarlo.
Y es que el problema del gasto es tan grave que impide que las deudas se vayan achicando y por eso siguen creciendo, aunque todos los años se pague en deudas más que lo gastado en servicios públicos como educación y salud. El Gobierno se endeuda para pagar deudas.
Seguramente usted ya intuye la solución. No se trata de aumentar los ingresos del Estado a como dé lugar: con más impuestos, tasas, aranceles o más deuda. Se trata de reducir los gastos improductivos y ajustarse a los ingresos. Arroparnos hasta donde da la sábana.
Hay que eliminar el hueco, no taparlo con deuda. Y siendo más estrictos, hay que comenzar a pensar en generar superávits para poder reducir el endeudamiento en serio.
Al igual que Gastón, el Gobierno requiere cambiar sus hábitos, el rumbo y la receta. El continuismo económico no es la salida. La mentalidad estatista, proteccionista y cortoplacista que creó la crisis no nos sacará del estancamiento para llevarnos al crecimiento.
El sector productivo no puede seguir pagando la factura de la desmesura gubernamental. Los comerciantes no resistimos más cargas, impuestos, trámites, tasas ni aranceles. De nuestra actividad depende un millón de familias. Los comerciantes somos la principal fuente de empleos adecuados. El ajuste debe ser en el gordo gasto público, no en los flacos ingresos privados.
Estamos próximos a conocer la nueva proforma presupuestaria para el 2018 y la programación para los siguientes cuatro años. Que el cuento de Gastón sea parte del pasado y no de las cuentas del futuro. (O)