El doctor Malcolm Crowe, brillantemente interpretado por Bruce Willis, es el personaje principal de la película Sexto sentido, que vio la luz en 1999.
Crowe es un psicólogo reconocido que a lo largo de la trama lidia con un niño (Cole Sear) que tiene el “don” de conversar con gente muerta. El doctor Crowe guía al niño Sear a sobreponerse al miedo que tan alucinante experiencia le produce y encauzar positivamente sus habilidades para ayudar a esas almas en pena a resolver sus temas pendientes.
Al final de la película, Malcolm Crowe descubre que en realidad él también está muerto (producto de un disparo que le propinó un anterior paciente que luego se suicidó) y que todo el tiempo que le había dedicado a ayudar al niño Sear lo había hecho desde el más allá.
Traigo a colación esta película para graficar de alguna manera lo que ocurre en la política ecuatoriana en estos tiempos.
Al parecer, algunos correístas sufren del mismo problema que el doctor Crowe: no se han enterado de que el correato terminó.
En muchos casos, porque su vida política comenzó con el correato y, en consecuencia, no tienen idea del antes y, mucho menos, del después.
Lo ocurrido esta semana en la Corte Nacional de Justicia dentro del proceso judicial penal incoado por Rafael Correa contra Martín Pallares no es más que una confirmación de lo que menciono en el párrafo anterior. ¿O acaso alguien piensa que en tiempos del correato algún juez se habría atrevido a fallar en contra de la voluntad e intereses del ex?
Solamente recordemos el caso EL UNIVERSO, cuando el Consejo de la Judicatura de Transición, convertido en las manos del Ejecutivo en la justicia (literalmente así lo dijo), cambió jueces hasta llegar a quienes emitieron sentencias a la medida del ego del patrón. Cuando hordas verdes copaban las salas de audiencias en donde los mismos procesados tenían que hacer malabares para conseguir un asiento. Cuando se militarizaban los juzgados al puro estilo de las más ácidas dictaduras setenteras, para que a ningún juez se le ocurriera siquiera contrariar la voluntad única que nos gobernaba.
¡Qué diferencia!, ¿verdad?
¿Cambió el derecho? No. ¿Cambió la jurisprudencia? No.
La diferencia radica en que, en este caso (y ojalá en muchos más), evidentemente el juez tuvo libertad para fallar en derecho, y lo hizo.
La diferencia radica en que, ahora sí, se trataba de los intereses de un ciudadano contra otro. Ya no el Estado completo (incluida la Función Judicial) contra un ciudadano.
Pero el síndrome del Sexto sentido pulula aún en las más recalcitrantes filas correístas, y por más advertencias que se hagan (en el sentido de que el correato terminó) lo entenderán cuando, como el citado doctor Malcolm Crowe, lo sientan en carne propia.
Poco a poco las aguas de la verdad, de la institucionalidad y de la justicia lo terminarán de inundar todo.
Solamente allí lo entenderán.
¿Será como decía el pequeño Cole Sear: “… I see dead people…”?
Seguiremos comentando… (O)