“La prensa es el enemigo: escríbanlo 100 veces en el pizarrón y no lo olviden”, era la instrucción que el presidente estadounidense Richard Nixon le daba a Henry Kissinger, su secretario de Estado. El fragmento grabado está en el documental Nixon by Nixon, in His Own Words, de HBO (2014). La película resume 3.700 horas de grabaciones de conversaciones telefónicas y personales registradas en la Casa Blanca entre 1971 y 1973, mediante el sistema VOR (grabación automáticamente activada por la voz), por orden del mismo Nixon y sin el conocimiento de muchos interlocutores. Nixon tenía razón. Su mayor enemigo no fue el Partido Demócrata, ni China, ni la Unión Soviética, ni Vietnam del Norte, ni el clan Kennedy, sino la prensa de su país, la que finalmente lo derrotó. Porque para cualquier gobernante que no respeta la institucionalidad democrática, los dos mayores enemigos son él mismo y la prensa no gobiernista.

Durante 70 minutos que incluyen pedazos de entrevistas y noticieros, Richard Nixon revela el borde retorcido de su estructura, utilizando expresiones vulgares para insultar a los periodistas y políticos rivales, y para ordenar a sus colaboradores que persigan, acosen o sobornen, según cada caso. Sus “enemigos preferidos” fueron The New York Times y sobre todo The Washington Post, a cuyos reporteros prohibió finalmente la entrada en la Casa Blanca. Tenía una especial antipatía contra ciertos periodistas de la televisión como el legendario Walter Cronkite, y de la prensa escrita como el laureado James Reston del New York Times. En el documental, se escucha a Nixon disponer que el FBI vigile e investigue a todos los comunicadores críticos con su gobierno. Luego se lo escucha ordenar que “sus” periodistas escriban contra los colegas adversos a su administración. Además, Nixon era homofóbico y machista: se lo descubre intentando influir en el nombramiento de los jueces para la Corte Suprema de su país, y bromeando con un colaborador sobre una candidata a jueza que no era de su agrado: “Es católica, esperemos que no sea una perra frígida”.

El antisemitismo de Nixon era paranoide, y evidente para sus colaboradores, incluido Kissinger, el único judío que el presidente soportaba y con quien disputaba protagonismo. Al final, cuando estaba a punto de renunciar frente al inminente impeachment por el asunto Watergate, se le escucha confesar a su jefe de gabinete Alexander Haig: “Al, metí la pata, ¿no?”. La renuncia de Richard Nixon el 9 de agosto de 1974, derrotado por la prensa de su país, la opinión pública y un sistema judicial independiente, no fue solamente una salida frente a la anunciada destitución y al juicio que le esperaba. Es también el único momento de verdadera grandeza en un documental enfocado sobre su pequeñez. Ahí, Nixon decidió convertirse en el único presidente de su país que ha renunciado, deponiendo megalomanía y paranoia para admitir su falta, y preservando lo que está por encima de todos los estadounidenses, incluyéndolo: la Ley de la palabra y la democracia.

Corolario: La guerra declarada por Richard Nixon contra la prensa crítica estadounidense no es un fenómeno excepcional. Más bien constituye la regla cuando ciertas estructuras subjetivas acceden a la presidencia de cualquier país del mundo. (O)