Dicen que no hay muerto malo, pero sí hay muerto tonto. Tonto útil. Este término se lo utilizó para describir a los simpatizantes de la URSS en los países occidentales y la supuesta actitud del régimen de esta hacia ellos. La implicación era que aunque la persona en cuestión ilusamente se veía a sí misma como aliada de la URSS, en realidad era tratada con desdén por parte de esta y cínicamente utilizada.
Este término, originalmente atribuido a Lenin, describía a aquellos occidentales que viajaban a la URSS y hacían visitas guiadas a hospitales, escuelas y fábricas, maquilladas con fines propagandísticos, y regresaban a sus respectivos países hablando de forma entusiasta acerca de los “logros soviéticos en educación y salud”, los “avances técnicos en agricultura e industria” y “la construcción de una nueva sociedad”.
Con esto dicho, y luego de casi 60 años de implementar la fracasada ideología leninista, se puede decir sin temor a error que Fidel Castro fue el tonto más útil de la URSS. Y un tonto útil por excelencia inutiliza a su pueblo.
A continuación, el manual del tonto útil: hablar de soberanía y dignidad; no tolerar oposición y establecer un Estado policial; infundir terror para evitar que se hable en contra del régimen aplicando encarcelamientos y ejecuciones, con objetivos políticos; despotricar con frecuencia en contra de quienes atentan contra la “revolución”; asegurar que el fracaso económico es culpa de Estados Unidos; acabar con la dignidad de toda una nación, degradando al ser humano a su mínima expresión y haciéndolo dependiente de un Estado “protector”. Finalmente, y quizá el más importante de todos los puntos: convertir a otros en tontos útiles sin que se den cuenta de que están siendo utilizados y adoctrinados. Como una suerte de cadena de miseria.
Cuando la URSS colapsó a inicios de los años 90 y Cuba entró en un periodo de dificultades económicas, Fidel vio en otros dirigentes latinoamericanos el camino para profetizar, no desinteresadamente, su revolución dictatorial. Con pequeñas variaciones, este mismo patrón apareció en Nicaragua, El Salvador y Granada. Ellos se comieron el cuento y aunque parezca mentira hoy muchas naciones todavía lo hacen, como Venezuela.
Con la Revolución cubana que derrocó a Fulgencio Batista, Fidel tuvo en sus manos la posibilidad de convertirse en liberador de una Cuba en ese entonces ya oprimida, en defensor de los derechos individuales de los cubanos, en genio útil. Lejos de ello, colectivizó una sociedad y la sumergió en una innecesariamente larga desgracia, haciendo honor a su etiqueta soviética que ni siquiera su muerte ha podido quitar.
Hoy, que cabezas de naciones rindan pleitesía a quien rigió con mano dura por tanto tiempo, es bastante reprochable. Pero que su sangrienta revolución sea motivo de imitación e inspiración, es absolutamente indignante, tratándose de una complicidad llena de ideología, ignorancia y crueldad.
En un mundo ya sin Fidel, cuando escuche al presidente de una nación decir que este fue ‘valiente’, ‘astuto’, que logró “grandes conquistas sociales” y que intentará continuar con el “proceso de integración regional” de aquel “proyecto colectivo”, recuerde que sus palabras vienen de quien Lenin sesudamente llamó un “tonto útil”, producto del mayor tonto útil de todos los tiempos: Fidel Castro Ruz. (O)