Entre los grandes temas que han analizado y preocupado al ser humano a través de la historia se encuentra sin duda la religión, que en algunos casos ha derivado en pernicioso fanatismo causante, en situaciones extremas, de sufrimientos masivos, de asesinatos viles, de torturas y desapariciones, guerras incluidas, como lo demuestran las Cruzadas, la Inquisición y el irracional yihadismo actual.
La mayoría de la población mundial cree en la existencia de un Dios o de varios dioses, aunque solo conozcamos de manera aproximada el porcentaje de ateos o de agnósticos que hay en el mundo, porque su cálculo se dificulta al no estar agrupados orgánicamente como los religiosos, además de que ningún ateo anda gritando por las calles “¡no creo en Dios!”, mientras que a los religiosos se los identifica con facilidad porque en su mayoría acuden a su iglesia, a su mezquita, a su sinagoga o a su templo.
Del fanatismo religioso surgen conflictos culturales que tienen larga data y que se agudizan en determinados espacios y periodos, como aquel que enfrenta ahora al islam con Occidente porque los radicales musulmanes –no los islamistas centrados y sensatos– fabrican un odio alucinante en sus propias cabezas que terminan causando víctimas mortales, por la fe, por un terrorismo suicida difícil de entender para quien no está desquiciado. ¿Puede la fe justificar un acto criminal? Y la respuesta no debe ser el recuerdo de actos tremendos que relata la Biblia en el Viejo Testamento, pues eso solamente sirve para quien cree o tiene fe pero no para quien procesa esa información bajo el exclusivo auxilio de su razón.
La sociedad del primer mundo está crispada porque ha perdido su tranquilidad, y por eso le da tanta importancia a la veda del uso del burkini, extravagante traje de baño que cubre todo el cuerpo femenino y que deja al descubierto solo la cara, las manos y los pies. Lo comento porque me parece que genera un gran debate cultural más que religioso, pues tiene que ver con derechos humanos y con la libertad que tiene la persona para vestir lo que le plazca siempre que su vestimenta o su desnudez no sea ofensiva.
No es tema de machismo como algunos lo presentan, sino de libertad o de sometimiento, es un asunto sensible que tiene y no tiene fronteras: ¿Es el uso del burkini una expresión religiosa de mujeres musulmanas en una sociedad laica opuesta a ese tipo de expresiones públicas o es la manifestación de un islamismo político?
El islamismo es una religión marginal en América Latina, y por eso la permisión o la proscripción del burkini (término que proviene de la burka, ese horroroso traje de calle que cubre todo el cuerpo de la mujer dejando solo una pequeña rejilla para que vivan ¿o desvivan? sus ojos) no es algo que se debate a fondo en nuestra comunidad, pero vale la pena profundizarlo por lo que tiene de relación con la libertad de la gente o con las restricciones que limitan sus derechos. Con todas las libertades de que ha hecho gala siempre Francia –y con razón– tiene ahora reparos al uso del burkini porque el país está hipersensibilizado ante las agresiones de los musulmanes fanáticos que ha sufrido en tiempos recientes.
El tema es cultural y el debate se centra entre la libertad de las leyes civiles y la imposición de las normas religiosas, pues hace siglos ya los griegos presentaban sus esculturas con hombres desnudos pero con mujeres cubiertas con sus túnicas. (O)