En el año 1600 se establece en Japón la era Shogun de la familia Tokugawa; la última dinastía shogun, que rigió el imperio nipón por más de doscientos cincuenta años. Su ascenso al poder se da tras su triunfo en la batalla de Sekigahara, el 21 de octubre del mismo año.

En aquellos días, dos facciones de poder peleaban por ganar la simpatía del emperador. Por un lado, Ievasu Tokugawa estaba al mando del Ejército del Este. En contraparte, el Ejército del Oeste respondía a los intereses del feudal Terumoto Mouri y estaba dirigido por el feudal Mitsunari Ishida. Tokugawa estaba consciente de su inferioridad bélica frente a los ejércitos de Mouri. Por ello acude ante un tercer feudal, de apellido Kobayakawa, a pedir su respaldo en el campo de batalla, frente a los ejércitos enemigos.

Llegado el día en que los dos bandos se encontraron frente a frente en el campo de batalla, Tokugawa resiste con grandes desventajas las primeras embestidas hechas por los ejércitos de Mouri e Ishida. Inicialmente, Kobayakawa mira la batalla desde lo alto de una colina, sin participar de ella, probablemente tratando de dilucidar cuál de los bandos será el ganador. Al percatarse de la pasividad de su supuesto aliado, Tokugawa recurre a la más desesperada de las maniobras: ordena a sus soldados que ataquen a las tropas Kobayakawa. Sorprendentemente, el tercer bando reacciona a favor de quien lo ataca, y finalmente une fuerzas contra el Ejército del Oeste de Mouri.

Tokugawa sale victorioso. Vence a su enemigo, irónicamente, disparando en contra de su principal aliado.

Llevo cuatro años escribiendo de manera reiterada sobre las deficiencias del sistema de aguas lluvias en Guayaquil. Me pregunto ahora, ¿cuál de los bandos es más responsable de la situación que vivimos los guayaquileños? ¿El Municipio o el Gobierno? En mi humilde opinión, gran parte de la culpa cae en nuestro conformismo como comunidad. Nos resignamos ante las fotos y videos de autos flotando a la deriva en nuestras calles. Somos culpables de nuestra propia desgracia, al no cuestionar a nuestros gobernantes; al creer que las inundaciones son culpa de los delincuentes, de la basura y de la marea alta. De igual manera, somos culpables cuando nos conformamos con la pasividad gubernamental, que no mueve un dedo con tal de ver cómo se quema su opositor político.

Mejorar nuestro sistema de contingencia ante las fuertes lluvias es posible. Nueva Orleans se encuentra bajo el nivel del mar, y tuvo que venir un huracán categoría F5 para inundarla. Guayaquil está a 4 metros sobre el nivel del mar y se inunda con lluvias que distan mucho de ser huracanes. Simplemente no estamos preparados para enfrentar las condiciones climáticas que nos rodean. Un sumidero de aguas lluvias en el centro de la ciudad tiene unos 70 centímetros de ancho. El pequeño poblado donde estudié mi maestría tenía sumideros de 3 metros de ancho, en cada esquina.

No se conformen con poco. Exijan una ciudad mejor. (O)